Objeto de controversia y refutada como eurocentrista y capitalista, en este ensayo se defiende a la Ilustración como herramienta de emancipación de las clases populares. Se debate, asimismo, el viraje conservador de uno de sus principales defensores, el historiador Jonathan Israel.
El legado de la Ilustración es un tema clave de debate entre los socialistas contemporáneos, y todavía inspira una acalorada controversia. No todos en la izquierda creen que la Ilustración sea un marco de referencia útil. De hecho, algunos piensan que es completamente retrógrada, ligada a las ideologías capitalistas reaccionarias que han ayudado a sostener la dominación de clases, el racismo y el colonialismo europeo. Citando estas connotaciones negativas, algunos críticos de izquierda rechazan la Ilustración como irremediablemente burguesa [1].
Los autores de este ensayo no compartimos esta visión. Tampoco Marx, Engels o la tradición del marxismo clásico [2]. En cambio, creemos que debe adoptarse un enfoque más dialéctico al enfrentar la Ilustración. Esto significa profundizar en lo universal y revolucionario del pensamiento ilustrado, pero también criticar lo que en él es contingente y atrasado. En otras palabras, un enfoque dialéctico rescata al bebé de la Ilustración y tira el agua de la bañera burguesa.
Ilustración radical e ilustración moderada
Uno de los historiadores contemporáneos de la Ilustración y su herencia política más importantes es Jonathan Israel, un historiador británico que ha enseñado en el University College de Londres y la Universidad de Princeton. Es autor de una amplia serie de estudios sobre el proyecto ilustrado. Israel demuestra en sus libros por qué la Ilustración importa hoy en día, y rechaza el escepticismo de moda hacia la modernidad:
La contribución de Israel a la historia de la Ilustración es revolucionaria, y no sólo en términos de la variedad enciclopédica de sus fuentes; más crucial es su distinción teórico-histórica entre Ilustración radical e Ilustración moderada. El campo moderado, asegura, intentó reconciliar la razón con la ortodoxia religiosa, conciliándose de este modo con la monarquía, el racismo y las jerarquías establecidas. Ejemplos de la Ilustración moderada incluyen a pensadores como Locke y Voltaire, quienes consideraban la razón como un privilegio exclusivo de las clases altas. No creían que la gente común debería ser ilustrada, ya que una masa educada derrocaría el orden social tradicional. Por otro lado,
Por otro lado, la Ilustración radical fue una afirmación inflexible de la razón; no buscó albergar tronos ni altares. En contraste con el campo moderado, defendió el secularismo, la democracia, el materialismo, el igualitarismo, así como la igualdad racial y de género. El pionero de la Ilustración radical, para Israel, fue el filósofo judío-holandés del siglo XVII: Baruch Spinoza.
Spinoza representó una revolución filosófica universal surgida de su sistema monista. Este sistema abolió la noción de que Dios es un creador personal y demostró que Dios y la naturaleza eran una y la misma cosa. Al excluir completamente lo sobrenatural, esta metafísica secular se convirtió en la base de un nuevo pensamiento sobre la libertad democrática y la igualdad social. Para Spinoza, todos los seres humanos pueden usar la razón para comprender y dar forma a su mundo.
Mientras que la Ilustración moderada intentó hacer que la razón fuera segura para el ancien régime, de acuerdo con Israel, la Ilustración radical fue un ingrediente esencial de las revoluciones del siglo XVIII. Al igual que con el marxismo en la Revolución Rusa, no se pueden comprender las revoluciones estadounidense, francesa y haitiana sin el trasfondo del pensamiento de la Ilustración. Como dice Israel, “toda Ilustración está por definición íntimamente ligada a la revolución” [4]. La Declaración de Independencia de los Estados Unidos, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en Francia y la abolición de la esclavitud en Haití fueron motivadas por ideas de la Ilustración radical. La Ilustración estuvo lejos de reducirse a preocupaciones europeas; al justificar la Revolución Haitiana, el líder Toussaint Louverture invocó los ideales de la Revolución Francesa: liberté, egalité, fraternité [5]. Esto mostró que el pensamiento de la Ilustración podía apuntalar la emancipación universal de todas las personas.
Edmund Burke, el archiconservador opositor de la Revolución Francesa, comprendió cuán contagiosas eran las ideas de la Ilustración para los oprimidos; que estas ideas eran dinamita política, no sólo en eventos como la Toma de la Bastilla sino en el avivamiento de las revueltas anti-esclavitud y anticoloniales. Burke, al dirigirse a los revolucionarios franceses, señala las peligrosas consecuencias de sus ideas para las colonias:
¿En qué capítulo del código de los Derechos del Hombre se puede leer que es parte de sus derechos mantener el comercio monopolizado y restringido en beneficio de otros? Cuando los colonos se alzan sobre ti, los negros se alzan sobre ellos. Tropas de nuevo –¡masacre, tortura, ahorcamientos! ¡Esos son sus derechos humanos! ¡Esos son los frutos de declaraciones metafísicas realizadas caprichosamente y retiradas vergonzosamente! [6]
Los temores de Burke son justificados por el grito de Robespierre: “Que perezcan tus colonias si las mantienes a ese precio. Sí, si tuvieras que perder tus colonias o perder tu felicidad, tu gloria y tu libertad, yo repetiría: que perezcan tus colonias” [7].
Ilustración radical y marxismo
Israel no es el único que reconoce a la Ilustración como la base ideológica de estas revoluciones. Hay una tradición en Hegel y en el marxismo que comprende cómo estas ideas se convirtieron en una fuerza material en la sociedad; que, como dijo Engels, la Revolución Francesa fue una época en que “el mundo se puso de cabeza; primero, en el sentido de que la cabeza humana, y los principios a los que llega su pensamiento, pretendían ser la base de toda acción y asociación; pero, poco a poco, también en el sentido más amplio de que la realidad que estaba en contradicción con estos principios tuvo, de hecho, que ser invertida”. La filosofía de la Ilustración en estas revoluciones burguesas, al menos por un tiempo, demostró ser insurreccional.
Para Marx y Engels, los ideales de la Ilustración no podían realizarse plenamente en la sociedad burguesa. Si bien eran sarcásticos respecto a las consignas burguesas de liberté, egalité, fraternité, eran sarcásticos desde la izquierda; no querían repudiar la libertad, la igualdad o la solidaridad, pero argumentaban que el avance del capitalismo se burlaba de estas promesas [8].
De acuerdo con el Manifiesto comunista,
la clase trabajadora se apropiaría no sólo de las fuerzas productivas del capitalismo sino también de la ciencia de la Ilustración: “Las armas con las que la burguesía derribó el feudalismo se vuelven ahora contra la burguesía misma”. Como lo expresó Tariq Ali, el Manifiesto comunista es el “último gran documento de la Ilustración europea”, que presenta al proletariado como el heredero de todo lo que fue progresista en la filosofía de la Ilustración [9].
Más de 150 años antes del libro de Israel, Marx y Engels anticiparon su tesis de que las ideas de la Ilustración radical estaban conectadas con la política revolucionaria. En varios escritos, enfatizaron las fuentes filosóficas del radicalismo en la tradición materialista del siglo XVIII. Pero ellos van mucho más lejos que Israel al establecer la conexión entre la Ilustración radical y el socialismo. Engels afirma en el Anti-Dühring:
Gueorgui Plejánov, el padre del marxismo ruso, también anticipó la defensa de Israel del spinozismo, particularmente en sus Ensayos sobre el materialismo francés y en su Desarrollo de la visión monista de la historia. Pero Plejánov también va más allá de Israel, haciendo del spinozismo la base filosófica última del marxismo: “El materialismo actual [es decir, el marxismo] es un spinozismo que se ha vuelto más o menos consciente de sí mismo” [11].
Israel, jacobinismo y populismo
En su primer libro, Israel no se opone a incluir las ideas jacobinas y comunistas como parte de la tradición de la Ilustración radical. Vincula explícitamente la filosofía social de Spinoza con la crítica de la propiedad de Rousseau y con el “igualitarismo militante y revolucionario de Robespierre y los jacobinos” [12]. Todo esto es dicho con un tono positivo, sin animosidad. Sin embargo, en contribuciones posteriores a su Ilustración radical, Israel comienza a adoptar un tono mucho más estridente y crítico hacia el jacobinismo francés. Emite una condena dura e injusta (como veremos), llegando incluso a declarar a Robespierre como un protofascista autoritario. Como dice Israel, dando a conocer sus simpatías por la facción girondina: “El populismo de La Montaña se parecía menos a un movimiento libertario y emancipador que a una forma temprana de fascismo moderno” [13].
Comenzar con los jacobinos como parte de la familia de la Ilustración radical, para luego descartarlos como parias, puede parecerle brusco al lector. Pero hay una lógica en este rechazo, y uno puede ver crecer la animadversión de Israel hacia el jacobinismo volumen tras volumen. A medida que los libros de Israel se acercan a la Revolución Francesa y a su fase social más progresista, apreciamos en primer plano las limitaciones de su historiografía. Israel es fuerte cuando da cuenta de las ideas filosóficas de la modernidad temprana, pero débil en analizar las luchas populares. Sin dejar de escribir sobre estas luchas, en sus últimos libros Israel las ve como asuntos violentos e irracionales; comparada con los grandes debates intelectuales, la entrada de las masas en la historia tiende a ser un asunto secundario: “Lo que argumento es que la Ilustración radical –y no la Ilustración como tal– es la única causa directa importante de la Revolución Francesa…Todo lo demás, por crucial que sea para la mecánica del proceso histórico que hizo posible la Revolución, fue enteramente secundario, de hecho terciario, en la configuración del resultado revolucionario” [14].
Para Israel, la entrada de las masas en el proceso revolucionario no siempre es un evento favorable, incluso puede ser el origen de una reacción. En su último libro, The Enlightenment That Failed, Israel comparte su miedo a las masas:
El primer libro de Israel en la serie sobre la Ilustración, La Ilustración radical, se publicó en 2001, en un mundo pre-Occupy Wall Street. Pero sus libros que atacan con más vehemencia al jacobinismo y al marxismo se publicaron después de Occupy, el movimiento Tea Party y las campañas electorales de Bernie Sanders y Donald Trump. Todos estos eventos fueron categorizados como insurgencias “populistas” por la prensa dominante. Mientras que la preocupación por el populismo está prácticamente ausente en su trabajo anterior, ahora es su bête noire [bestia negra].
Es difícil creer que la política contemporánea no haya moldeado el pensamiento actual de Israel. En las polémicas liberales actuales contra el marxismo, la palabra populista tiende a remplazar el antiguo insulto de totalitario. El rechazo del marxismo tiene un largo historial en la historiografía de la Guerra Fría y afecta la comprensión de Israel de cómo el pensamiento de la Ilustración era parte de la lucha de clases y el movimiento obrero del siglo XIX. Al separar la Ilustración del socialismo, Israel irónicamente retrocede de la Ilustración Radical a una nueva Ilustración moderada en defensa del capitalismo liberal. Al rechazar lisa y llanamente a los jacobinos, Israel no sólo defiende el conservadurismo girondino sino también la reacción termidoriana, que significó el derrocamiento conservador y la reacción violenta a los jacobinos después de 1794. Con su restauración de privilegio de clase, Israel tristemente presenta el período termidoriano como una continuación de la Ilustración radical.
Radicalizar la Ilustración radical
Sin embargo, uno no puede permitirse el lujo de descartar los logros de Israel al distinguir entre la Ilustración radical y la moderada. Israel sigue siendo un gran punto de partida para la historia intelectual, pero su trayectoria termina en un lugar que amenaza con deshacer y revertir sus ideas originales. Para resistir este retroceso, necesitamos radicalizar la Ilustración radical y demostrar que, por crucial que sea la erudición de Israel, sigue siendo insuficientemente “ilustrada”.
En esta serie, profundizaremos las divisiones dentro de la Ilustración al erradicar las limitaciones burguesas del propio proyecto de Israel. Haremos esto esbozando la crítica positiva de la Ilustración en Hegel y Marx, defendiendo la necesidad histórica del jacobinismo y defendiendo el marxismo como heredero del pensamiento de la Ilustración. Al hacerlo, impugnaremos la fusión de Israel de la Ilustración con la realidad social capitalista, que convierte a la primera en una apologética de la explotación burguesa [16].
Las siguientes partes de este ensayo aparecerán próximamente en LUCA.
[1] Para un tratamiento de la Ilustración como responsable de todos los horrores reaccionarios de la modernidad, véase el influyente libro de Zygmunt Bauman Modernidad y Holocausto (Sequitur, 1998).
[2] La expresión “marxismo clásico” se refiere a la tradición de Marx, Engels, Kautsky, Plejánov, Luxemburgo, Lenin y Trotsky. Fue utilizada por primera ver por el historiadora marxista Isaac Deutscher en Marxism in Our Time, conferencia impartida en la London School of Economics en febrero de 1965. Se encuentra en Marxists Internet Archive.
[3] Jonathan Israel, Enlightenment Contested. Philosophy, Modernity, and the Emancipation of Man, 1670-1752 (Oxford University Press, 2006).
[4] Jonathan Israel, Democratic Enlightenment: Philosophy, Revolution, and Human Rights 1750–1790 (Oxford University Press, 2011).
[5] C. L. R. James, Los jacobinos negros. Toussaint L’Ouverture y la Revolución de Haití (Turner, 2003).
[6] Edmund Burke, Reflexiones sobre la Revolución en Francia (Alianza, 2016).
[7] Eric Hazan, A People's History of the French Revolution (Verso, 2014).
[8] En sus Cuadernos de la Cárcel, Gramsci explica qué significa el sarcasmo marxista: «En cambio, el elemento característico en este caso (es decir, en la acción histórica) es el “sarcasmo” bajo cierta forma, esto es, “apasionado”. En Marx encontramos la máxima expresión, incluso estética, del “sarcasmo apasionado”. Para diferenciarse de otras formas, cuyo contenido es opuesto al de Marx. Frente a las “ilusiones” populares (creencia en la justicia, la igualdad, la fraternidad, es decir, en los elementos de la “religión de la humanidad”), Marx se expresa con un “sarcasmo positivo” apasionado; es decir, se entiende que quiere burlarse no del sentimiento más íntimo de esas “ilusiones” sino de su forma contingente que está ligada a un mundo “perecedero” particular, a su olor cadavérico, por así decirlo, que se filtra por detrás de la fachada pintada. Por otro lado, existe el sarcasmo “de derecha”, que rara vez es apasionado, pero siempre es “negativo”, puramente destructivo no sólo de la “forma” contingente, sino del contenido “humano” de esos sentimientos. (Para el significado de “humano” en este caso, véase el propio Marx, especialmente en La sagrada familia). Marx intenta dar una nueva forma a ciertas aspiraciones (de ahí que incluso trate de regenerar esas aspiraciones) no para destruirlas: el sarcasmo de derecha intenta, en cambio, destruir precisamente el contenido de estas aspiraciones y, al final, el ataque a su forma no es más que un recurso “didáctico”».
[9] Tariq Ali, “Introduction to The Communist Manifesto”, blog de Verso, 21 de febrero de 2017. C.L.R. James hizo una declaración similar en una serie de conferencias en 1960 en Trinidad: «Marx pudo reivindicar en el año 1848: “Escribí el Manifiesto comunista como resultado de muchos años de estudio mediante los cuales resolví los problemas planteados por el socialismo francés, por la economía política de Adam Smith y David Ricardo, y por el análisis filosófico de Kant y Hegel; llevé a su conclusión el trabajo que había comenzado Descartes desde el siglo XVII”. Marx afirmaba que el marxismo era la solución y el heredero de las mejores corrientes de pensamiento y acción de quinientos años de historia europea ”. Modern politics (PM Press, 2013).
[10] Este pasaje proviene de un primer borrador del Anti-Dühring de Engels que se cita en Eric Hobsbawm, Cómo cambiar el mundo (Booket Paidós, 2011).
[11] Gueorgui Plejánov, “Bernstein and Materialism”, Neue Zeit, no. 44 (30 de julio de 1898). Disponible en Marxists Internet Archive.
[12] Jonathan Israel, La Ilustración radical. La filosofía y la construcción de la modernidad. 1650-1750 (FCE, 2012).
[13] Jonathan Israel, Revolutionary Ideas: An Intellectual History of the French Revolution from The Rights of Man to Robespierre (Princeton University Press, 2014).
[14] Israel, Democratic Enlightenment.
[15] Jonathan Israel, The Enlightenment That Failed: Ideas, Revolution, and Democratic Defeat, 1748–1830 (Oxford University Press, 2019).
[16] Para una discusión sobre los imperativos contra-ilustrados del capitalismo, véase Timothy Brennan, “The Free Impersonality of Bourgeois Spirit”, Life Writing & Corporate Personhood 37, no. 1 (Invierno de 2014).