El lenguaje siempre es ambivalente. Sus formas mutan y se conectan de maneras inesperadas. Es difícil de instrumentalizar, pero creo que es mejor explorar sus potenciales que seguir utilizando un lenguaje que ya expiró.
En ningún lado hay más cielo que en otro. Tan brutalmente oprimida por el cielo está la nube como la tumba. Tan en las nubes está el topo obnubilado como la lechuza que agita sus alas. Aquello que cae al abismo cae del cielo al cielo.
¿Qué nos subleva? Una serie de fuerzas: psíquicas, corporales, sociales. Con ellas transformamos lo inmóvil en movimiento, el abatimiento en energía, la sumisión en rebeldía, la renuncia en alegría expansiva.
¿Puede que haya vidas con comunicaciones extrañas a las nuestras, con formas invisibles para nuestras percepciones? ¿No se pueden imaginar nubes pensantes? ¿Soles inteligentes?
En cambio, cuando habla Sócrates, me pasa algo extrañísimo, no sé bien qué: es una sensación arrebatadora parecida a un ataque al corazón, parecida a bailar: las noches que uno baila como en trance y al verse en el espejo se descubre llorando.
Bajo el signo del movimiento, las aventuras estético-políticas del espíritu humano se vuelven una rama de la física.
Contra la fábula del Progreso, fantasmas nos guían a través de vidas y paisajes embrujados. Contra la vanidad del Individuo, monstruos resaltan nuestra simbiosis.