«El oído está ardiendo, la nariz está ardiendo, la lengua está ardiendo, el cuerpo está ardiendo, la mente está ardiendo, las ideas están ardiendo. Todo lo perceptible está ardiendo». Recontextualizado, el viejo Sermón del Fuego de Buda parece hablarnos del presente en varias sus facetas: ya sea como una visión mística –una iluminación proveniente de la muerte y el renacimiento de todas las cosas–, como la que tuvo el propio sramana y de la que parecen llegarnos ecos hasta el 2020; ya sea describiendo el estado ambiental del mundo, a la manera de Stephen Pyne y su concepto del piroceno: el fuego consumiendo el planeta y, como «la tecnología interactiva definitiva» que representa, determinando nuestra era y entorno. Espiritual, científica, política, estéticamente, nos hallamos en un umbral extraño: urgente, por las implicaciones de un futuro que se estrecha cada vez más; lleno, si no de promesas, por lo menos de potencias de reconfiguración. Si algo podríamos agregar al sermón de Buda 2500 años después de su enunciación es que las categorías, las disciplinas y los sistemas también arden ante nuestros ojos. Cualquier nuevo proyecto debe estar a la altura de esta transición.
Es curioso, por otra parte, que el entorno de crisis ecológica y social en el que nos encontramos, se dé en medio de una explosión de información y conocimiento incomparable en la historia, con la que los ilustrados no hubieran siquiera soñado. La inteligencia colectiva, el general intellect, igualmente está ardiendo, como un sol –por combustión interna–, y también arrasa con los límites disciplinares establecidos por la modernidad. El cerebro popular crece con aportaciones multitudinarias y acaso ésta también sea una tecnología interactiva –si no definitiva, por lo menos definitoria. Tal vez la tarea primordial de la primera mitad del siglo sea que ese conocimiento se traduzca en economías colectivas más sólidas y justas y en ecologías conectivas que, superando lo humano, sean más sanas y amplias. La labor editorial, artística y política por construir tendría, entonces, que acompañar este proceso no para contemplarlo o criticarlo a la distancia, sino para hacerlo crecer mediante una participación directa, afirmativa y entusiasta.
LUCA (last universal common ancestor) es un concepto de la ciencia que describe un hipotético primer ser vivo del cual descienden todos los existentes de los seis reinos del planeta: archaebacteria, eubacteria, protista, animalia, plantae, fungi.
Como tal, LUCA es el antepasado común de todo el conjunto de organismos vivos actuales y probablemente también de todos los fósiles. No es un individuo, no es Adán, no un verbo religioso, es más bien el caldo de cultivo necesario, la combinación contingente pero precisa para desencadenar la vida en todos sus modos. Es una idea científica que permite el vuelo de la imaginación filosófica y que, irremediablemente, tiene algo de mítico, es decir, de narrativo. Su nombre ni siquiera es un nombre propio, sino apenas la marca de un proceso complejo y fértil que permitió, en algún momento, reunir los elementos ya existentes en el planeta de manera que, juntos, pudieran devenir otra cosa: potencia.
Pero, si extendemos la metáfora y la pensamos a profundidad, LUCA puede ser un dispositivo en continuo devenir: bastaría una experiencia que reuniera elementos y los transformara en el proceso. Y es que tal vez estemos necesitando de redes de referentes dinámicos inspirados en su ejemplo: ni siquiera comunidades delimitadas y definidas, tan sólo la suma, más o menos duradera, de los vínculos que las entretejan. LUCA se inspira en esa imagen: abraza la visión de que las ideas, las categorías y las disciplinas han entrado en un punto crítico por el que necesitan otras maneras de interrelacionarse. Así, el proyecto que presentamos se alimenta de los conocimientos generados en campos como la estética, la antropología, las ciencias, la tecnología, la filosofía o la teoría política pero, más que presentarlos en su respectiva categoría, busca acentuar, precisamente, el momento en el que se arremolinan. En el universo de LUCA, además, un conjunto de imágenes, un entorno sonoro o apenas una frase tienen potencia teórica por derecho propio: sus dimensiones están retroalimentándose constantemente, infiltrándose, contaminándose, creando relaciones simbióticas y desdibujando límites. Y, a medida que las condiciones lo permitan, la estela de LUCA buscará internarse en otros planos de la realidad, no sólo los digitales: conversaciones, caminatas, performances, exposiciones, juegos, todos aquellos gestos que nos permitan incidir de manera directa en más y más esferas del mundo, así sean pequeñas.
Plataforma editorial, práctica estética, espacio de exploración libre, LUCA puede describirse de muchas maneras, pero su origen mismo es tan simple como el de una conversación sostenida en el tiempo. Tiempo suficiente para ampliarse a través del contacto con otros interlocutores y amigos y materializarse en la primera colección de contenidos que aquí presentamos. Con suerte, el diálogo entre autores, disciplinas, conceptos y formatos generará un remolino de transformación política que, en el fondo, siempre es un camino de transformación vital. Bienvenides. 🌪🔥🛸🛠☁️🕳🕸