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Fotograma de "Las voces de la Guerrero", de Adrián Arce, Diego Rivera Kohn y Antonio Zirión (2004)
ensayo
La imagen en refracción
POR Antonio Zirión

Con la pesada loza de la antropología positivista a sus espaldas, el documental etnográfico ha debido construir estrategias de colaboración que escapen de sus peores taras. Ha asumido entonces una función casi ritual, produciendo comunión entre sus actores. 

En los últimos años el cine etnográfico ha seguido experimentando y reinventándose, sobre todo por la vía de la colaboración. En sintonía con las nuevas corrientes del pensamiento antropológico, en las tendencias recientes del cine etnográfico han surgido cada vez más películas que ya no son hechas únicamente desde la perspectiva de los antropólogos/documentalistas, sino que incorporan de muy distintas maneras las voces, las miradas, las ideas y las perspectivas de los otros, comparten con ellos la mirada y la autoría como co-realizadores del filme.

Estas estrategias colaborativas han recibido distintos nombres, dependiendo del contexto y de sus características particulares: cine o video indígena, comunitario, participativo, o se les ha llamado transferencia, capacitación o apropiación de medios, prácticas de autorrepresentación o producción audiovisual compartida. Documental colaborativo no es un nombre formalmente establecido y en mi opinión tampoco es muy afortunado; sin embargo, me parece adecuado porque destaca precisamente el aspecto crucial que define a este tipo de cine documental.

I

Es conveniente explicitar brevemente desde qué perspectiva teórica se ha construido la categoría de documental colaborativo, de qué campos proviene y en cuáles otros se disemina. Entiendo al documental colaborativo como una forma de etnografía experimental o una metodología alternativa para la investigación antropológica, muy propicia para explorar nuevas realidades sociales y culturas en transformación. Pero resulta fundamental reconocer que las estrategias colaborativas forman parte de un paradigma más amplio de producción del conocimiento, y que también se han desarrollado desde otras disciplinas más allá de la producción de cine etnográfico, como por ejemplo en las artes visuales, el teatro, la literatura, el periodismo, etc. 

El parentesco entre la antropología y el documental colaborativo resulta ambiguo y un tanto problemático. Por una parte, se puede argumentar que las estrategias participativas y colaborativas buscan emancipar al documental de una tradición y una lógica de investigación de raíz colonial como es el método etnográfico. Ciertamente, el documental colaborativo puede entenderse como un intento por romper con las formas y estilos de representación audiovisual del cine etnográfico clásico, sustentado en posturas éticas y epistemológicas radicalmente distintas. No obstante, es imposible negar que las estrategias participativas y colaborativas tienen profundas raíces en la experiencia etnográfica, e igualmente podría afirmarse que el documental colaborativo surge como un intento desde dentro del cine etnográfico por reinventarse a sí mismo.

De hecho, en los últimos años hablar de metodologías participativas en el terreno de la antropología se ha convertido en una tendencia muy marcada, casi una moda académica. Sin embargo, sobre todo en la antropología latinoamericana, las numerosas reflexiones han permanecido aisladas y aún no han sido sistematizadas en una discusión teórica ni metodológica integral y coherente. Por ello, para caracterizar y analizar el documental colaborativo, me interesa reflexionar en primer lugar sobre las distintas modalidades de colaboración, para luego explorar las bases filosóficas sobre las que se construye –pero que a la vez trastoca y desestabiliza.

II

Es posible identificar diferentes formas y modalidades de colaboración. La colaboración suele referirse a la relación entre antropólogo-documentalista y los sujetos-personajes, pero puede darse igualmente entre diferentes personajes delante y/o detrás de la cámara; el tipo más básico radica en la aceptación de los sujetos para ser grabados y brindar su testimonio, para convertirse en ser personajes de un documental. También puede suceder que las distintas comunidades tomen las cámaras por iniciativa propia o a través de un proceso de transferencia de medios, o se involucren en la elaboración del guion, o participen en recreaciones y dramatizaciones, como actores que se representan a sí mismos, o que con su voz y sus testimonios formen la pista sonora en la postproducción, o bien que formen parte de la cadena de promoción, difusión y distribución del filme.

Pero también es posible entender la colaboración como la integración de equipos multidisciplinarios en el proceso creativo y de investigación. La noción de colaboración también comprende, a mi entender, una forma distinta de organizar el trabajo de realización, una estructura más flexible y horizontal que rompe con las jerarquías rígidas de la producción cinematográfica. Por último, podemos pensar en la colaboración en términos de la manera particular que tiene este cine de dirigirse al público; en el cine colaborativo suele dejarse un papel más activo al espectador, dejándole la libertad de sacar sus propias conclusiones, de jugar un papel más activo en la interpretación del sentido de la obra que aprecia. Se trata por lo general de un documental más interactivo, abierto y polisémico.

III

Las diversas experiencias de producción audiovisual compartida han obligado a la antropología visual a plantearse algunas preguntas fundamentales acerca de las cualidades de la imagen y su traducibilidad en la comunicación intercultural. ¿En qué medida la imagen constituye un lenguaje universal que la gente de cualquier parte del mundo puede comprender y reproducir? ¿Qué tanto las culturas tienen sus propias formas de ver y representar el mundo? Por otra parte, si cada pueblo, grupo o comunidad es capaz de autorrepresentarse, ¿entonces para qué sirve el antropólogo-documentalista cuando las comunidades son capaces de producir sus propios relatos y de comunicarse efectivamente con otras comunidades? Para empezar, no se trata de que cada quien produzca y reproduzca sus propios discursos, se trata de entablar conversaciones genuinas, despertar empatía y compartir la mirada. La riqueza del conocimiento antropológico está precisamente en los cruces de diversas lógicas culturales, en la conversación, en la colaboración, en la construcción colectiva del conocimiento. En este sentido, el rol del antropólogo-documentalista ya no es el de una autoridad que se coloca por encima de los demás, que explica una cultura y prescribe soluciones a los problemas comunes; más bien asume un papel aparentemente más modesto y humilde, sin embargo, muy noble y nada desdeñable. Se convierte en un intermediario, un intérprete que facilita la comunicación entre dos mundos. Desde esta perspectiva colaborativa, el antropólogo-documentalista cumple la función de gestor, promotor o facilitador; sirve de enlace, de mediador, y en ocasiones incluso incitador de la acción colectiva.

Un aspecto distintivo del documental colaborativo es su carácter de práctica colectiva, de acción concertada que genera sinergia y reciprocidad, que refuerza los lazos comunitarios y regenera el tejido social.

Lejos de las pretensiones artísticas autocomplacientes del cine de autor, el cine colaborativo cumple una función casi ritual, se trata de una experiencia colectiva, un performance social, un fenómeno compartido que produce comunión y complicidad entre los personajes, los realizadores y el público.

La colaboración puede adoptar muchas y distintas modalidades, y actuar en diferentes niveles. Pero en todos los casos, contribuye a romper la asimetría y neutraliza la carga colonialista inherente a la antropología y el cine etnográfico clásico. El cine colaborativo permite reconfigurar los juegos de poder y genera un verdadero conocimiento compartido, tejiendo redes de manera más horizontal entre todas las partes involucradas.

El documental colaborativo encierra una gran promesa de sinergia entre el cine y la antropología; es un tipo de producción audiovisual completamente coherente con la metodología etnográfica y afín con la perspectiva intercultural que define la labor antropológica contemporánea. Coincide con las tendencias actuales del pensamiento antropológico, como la teoría del actor-red, tal como la plantea Bruno Latour (2009); la teoría de la reflexividad, como la postulan Pierre Bourdieu y Loïc Wacquant (1995); así como la antropología interpretativa y dialógica de Clifford Geertz (1992). Se constituye además como una vertiente de la antropología aplicada, sensible y comprometida con la realidad de la que es producto y en la que se desarrolla.

IV

Más allá del ámbito de la antropología, el documental colaborativo plantea un desafío crítico para las ciencias sociales y las humanidades en general, ya que atraviesa y desestabiliza los fundamentos epistemológicos, éticos, estéticos y políticos de los enfoques dominantes en la teoría social y los estudios culturales. Comentaré brevemente cada una de estas cuatro dimensiones.

En cuanto a la dimensión epistemológica, las estrategias colaborativas de realización liberan al documental de la pretensión de objetividad del documental clásico y la antropología positivista; parten siempre de la subjetividad, nos colocan en el terreno de la intersubjetividad y la interculturalidad. La imagen deja de ser un reflejo del mundo y se transforma en refracción, distorsionada, localizada y condicionada por una serie de situaciones materiales, sociales y culturales. La pantalla funciona a la vez como una ventana y como un espejo, dice el cineasta Alan Berliner; como una ventana para adentrarnos en otros mundos y comprender la perspectiva de los otros, pero que a la vez permite que nos observemos unos a otros y a nosotros mismos. El cine colaborativo se construye precisamente en el encuentro de miradas; de él emana un conocimiento que se fundamenta en el encuentro de distintas perspectivas, trastocando la noción de autoridad y de autoría. Además, aquí el espectador tiene un papel más activo en la interpretación, no es un espectador pasivo; ante la polifonía y la polisemia el público se convierte en un interlocutor más, se le interpela y se le exige sacar sus propias conclusiones.

La dimensión estética en el documental colaborativo va más allá del valor poético que pueda tener un producto audiovisual, trasciende su posible belleza como obra de arte.

Además de la gran carga sensorial que transmiten la imagen y el sonido, el documental colaborativo parece indicar que el diálogo intercultural, la intención o la disposición para conocer a diferentes grupos sociales, es en sí una experiencia estética. Lo estético en la antropología se encuentra en la experiencia primordial del encuentro con el otro, en el desdoblamiento del yo para intentar adoptar y comprender perspectivas distintas.

En el documental colaborativo, donde el encuentro con la alteridad sucede de manera radical y en diferentes niveles, podemos hablar de una estética del extrañamiento, del asombro y la curiosidad ante lo diferente, en el plano más profundamente humano.

En el documental colaborativo la cuestión ética es un componente crucial; se refiere a grandes rasgos a la relación que se establece entre el documentalista, los personajes y los espectadores. La dimensión ética en el cine etnográfico se expresa casi siempre en forma de dilemas, encrucijadas ante las cuales no hay una única manera de correcta de actuar. En este sentido, para analizar la postura ética de un documental, no basta con solamente ver la película terminada, sino hay que mirar todo el proceso de aproximación e interacción con los sujetos. De entrada, en el documental colaborativo no se asume la iniciativa de hablar de ni por el otro, sino con el otro, de escucharlo antes que nada; no se trata de estudiar a, sino de aprender de, y de crear junto con los otros. Esto forma parte de una actitud humilde, respetuosa, de una mirada horizontal, de frente, de igual a igual, que parte del reconocimiento de que los demás nunca deben ser considerados como medios para nuestros fines, sino siempre como fines en sí mismos.

La imagen es un arma de varios filos, susceptible de ser utilizada como instrumento político, ya sea para la dominación o la liberación, como herramienta de sometimiento y control, o para fomentar el pensamiento crítico y la transformación social. Lo que escogemos representar, la forma en que lo representamos, para qué lo representamos y qué hacemos con esa representación, conlleva inevitablemente una carga política. Mucho se ha hablado de la carga colonialista con la que nació la antropología y de cómo el cine etnográfico no ha conseguido deshacerse completamente de esa herencia. A nuestro parecer, el documental colaborativo brinda la posibilidad de romper la asimetría de la representación, invierte o neutraliza los juegos de poder involucrados en la creación de imágenes. El hecho de ceder y compartir los medios con los otros, de provocar procesos de autorrepresentación y retroalimentación intercultural, normalmente implica una postura política solidaria, cómplice, comprometida con los derechos humanos y la libertad de expresión, que busca tener cierta incidencia en la realidad, y que le imprime a la antropología visual el carácter de antropología aplicada.

Fotograma de "Las voces de la Guerrero"

V

La historia demuestra que las estrategias de colaboración en la producción documental no son de reciente creación, sino que tienen hondas raíces en la tradición del cine, los medios audiovisuales y la etnografía en México y el mundo. Hay varios autores pioneros, obras clásicas y experiencias muy significativas, aciertos y equivocaciones de las que sin duda tenemos mucho que aprender. Pero también es cierto que lo que ha sucedido en las últimas dos décadas en el campo del consumo y la circulación audiovisual es absolutamente inédito.

No podemos ignorar el profundo impacto que han tenido las nuevas tecnologías digitales en los modos de circulación, socialización y consumo de materiales audiovisuales a nivel global. Internet ha generado una verdadera revolución en términos de la difusión de contenidos audiovisuales; una imagen puede ser vista por millones y darle la vuelta al mundo en cuestión de segundos; la distancia entre productores y consumidores de imágenes se ha borrado. Las nuevas tecnologías de la imagen y la cultura digital, cada vez más accesibles para más gente, también han facilitado y potenciado el proceso de transferencia y apropiación de medios audiovisuales entre diferentes comunidades y grupos sociales. A partir de esto, en los últimos años han proliferado diversas iniciativas locales de producción audiovisual con rasgos e identidad propia, casi siempre ajenos a la antropología académica; estas producciones brindan la posibilidad de ver y escuchar a quienes han permanecido en silencio o invisibles, nos acercan a vidas que habían permanecido en el anonimato o que sólo habían sido vistas a través de una lente externa. Este escenario de alguna manera nos obliga a repensar las relaciones entre la antropología y la imagen, y nos conduce a cuestionarnos sobre las nuevas formas y sentidos que está cobrando el cine etnográfico contemporáneo, en la llamada era de la convergencia digital.

Las estrategias colaborativas de producción audiovisual constituyen un espacio de posibilidades, de encuentros y desencuentros interculturales. Estas nuevas –y no tan nuevas– aproximaciones participativas marcan un parteaguas en la construcción de la alteridad, que deja de tener una carga política tan asimétrica y vuelve al reconocimiento básico de múltiples y diferentes identidades. La colaboración en la investigación etnográfica y en la producción de cine documental representa un terreno fértil para la libre expresión, abre nuevos horizontes para la creatividad y el conocimiento, promueve el ejercicio de la memoria y la imaginación colectiva, ofrece una vía alternativa para la comunicación y la comprensión entre culturas. Al mismo tiempo, este paradigma emergente nos permite restituir a la imagen su agencia, más allá de su valor representacional; las imágenes poseen la capacidad de generar efectos palpables en la realidad, tienen un peso tangible dentro de las redes y las cadenas de acción y transformación social. Esta es, en última instancia, la convicción que le da sentido al planteamiento de una antropología visual aplicada.

Este texto es un fragmento reelaborado del artículo: “Miradas cómplices: cine etnográfico, estrategias colaborativas y antropología visual aplicada”, publicado en Iztapalapa, Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, núm. 78, enero-junio, 2015, pp.45-70. Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa, Ciudad de México.