TODOS ENSAYOS ENTREVISTAS IMAGINARIOS RESONANCIAS SIMBIOSIS
entrevista
La mente es plana
UNA CONVERSACIÓN CON Nick Chater

A contrapelo de más de un siglo de psicoanálisis, Nick Chater construye una teoría de la mente que elimina la ilusión de una vida psíquica interior. ¿Puede esta idea tan radical convertirse en una forma de agencia política, tanto nivel individual como colectivo?

Más allá de la criminal traducción al español del título de su libro (¿cómo se pasa, Random House, de The Mind is Flat a Todo lo que creíamos saber sobre el cerebro…y estábamos equivocados?) la tesis del científico del comportamiento Nick Chater es resaltable ya desde la contundencia de su planteamiento: la mente es plana, no hay nada debajo o detrás de ella, definitivamente no el mundo anímico oculto que imaginó el psicoanálisis. La profundidad psíquica es una ilusión, nadie ha sido guiado jamás por creencias o deseos internos, los pensamientos sólo cobran existencia en el momento en que se inventan. El cerebro opera por precedentes (empíricos), no por principios –definitivamente no por principios estables o eternos– y, en fin, la totalidad de la existencia mental no es más que una extensión de la percepción. Las emociones, además, son actos creativos, como si viviéramos en una suerte de efecto Kuleshov interminable. Bajo la teoría del británico, la psique se aplana por completo y la mente se convierte en artefacto de composición y recomposición constante, en tensión material con el mundo. ¿Hasta dónde nos puede llevar esta nueva perspectiva de las neurociencias? Chater lo detalla en la siguiente entrevista.

No recuerdo si alguna vez leí una declaración tan provocadora proveniente de las neurociencias como la que titula tu libro: la mente es plana. ¿Por qué crees que la idea como ésta, con esa simplicidad aparente, puede afectar tanto nuestro sentido común?

Creo que la idea de que la mente es plana siempre fue bastante intuitiva, pero se fue volviendo menos común con el crecimiento del psicoanálisis. Desde una perspectiva no-psicoanalítica o, digamos, pre-freudiana, la mente era vista como algo momentáneo; si a alguien del siglo XVIII le hubieras preguntado si era posible tener un pensamiento del que no supiera nada, o una creencia en la que en realidad no creyera, ni siquiera encontraría sentido en la pregunta. Bueno, pues en el último siglo y fracción hemos alcanzado esa perspectiva: la que nos dice que hay toda una serie de creencias internas de las que no somos conscientes, que asegura que la parte consciente de la experiencia es sólo la superficie de un mar gigante, profundo, húmedo y enorme. Que vuelve necesario no sólo mirar en nuestros sueños, sino en nuestras asociaciones de palabras, porque tal vez allí haya claves, etc. Mucha gente de los campos de la psicología y las neurociencias tenía esa intuición: como el cerebro es muy complicado debería tener todo esto dentro de él. Y si mirábamos suficientemente cerca lo encontraríamos. Y bien, ¿dónde está? Creo que se trata de una idea equivocada.

Creo que debajo de los discursos no hay otro tipo de pensamientos. Yo uso siempre la analogía de pensar las explicaciones sobre sí mismo como si se trataran de las explicaciones sobre otra persona. Si te preguntaras por qué alguien se comporta de cierta manera, no podrías ir a buscar en su interior. Porque de hecho no habría nada ahí. Lo que es posible es narrar su comportamiento; y de esa misma forma podemos describir el nuestro. Hay otra idea clave a tener en cuenta: el cerebro es increíblemente limitado en la cantidad de cosas que puede hacer al mismo tiempo. Tenemos la idea de que es un órgano que, con sus cien mil millones de células nerviosas, puede hacer muchas cosas a la vez. Pero no es cierto. Hay algunas partes especiales del sistema que pueden controlar tu respiración, tu equilibrio y tu frecuencia cardiaca, pero fuera de eso es bastante limitado.

Cuando miras los casos de las personas a las que se les cortó una parte de la corteza cerebral como una forma de detener la propagación de los ataques epilépticos (era una operación bastante común en los setenta), encuentras que el área del lenguaje, en el lado izquierdo del cerebro, es capaz de explicar cosas que el lado derecho del cerebro está haciendo. Lo que se demuestra es que las áreas del lenguaje son una especie de máquinas de interpretación. Están observando nuestro comportamiento, el comportamiento de otra gente, ¡están observando el mundo!, y lo están explicando. No están mirando la causa del comportamiento, están mirando el comportamiento. Somos intérpretes. En el caso personal, tenemos información directa extra, como los niveles de adrenalina; podemos pensar cosas como: hay mucha emoción aquí, o mucho cansancio, y eso alimentará la interpretación. Pero seguimos haciendo esencialmente lo mismo. En ese sentido, la autointerpretación no nos hace entendernos mejor que a nuestros amigos o a un personaje de ficción. Para algunas personas eso es preocupante, pero para muchos de nosotros está bien.

En algún punto de tu libro incluso dices que la mente misma es un objeto imposible, porque la mente sólo aparenta ser sólida y profunda. Es como si un nuevo abismo se abriera bajo nuestros pies. En esta época, de tanta orfandad a tantos niveles. Pero ¿qué seguridad, qué solidez se puede ganar bajo tu visión de la mente?

Pensemos en objetos en términos visuales, en una escalera de Escher, por ejemplo: si ves cada parte individualmente tiene sentido, pero si las unes no lo tiene. Nunca podrías construir una escalera así. Creo que esa es una analogía exacta para pensar nuestras propias mentes. Si me preguntas sobre mis creencias y mis gustos te daré respuestas que podrías calificar como correctas, pero si continúas preguntando muy pronto me estaré contradiciendo. Inadvertidamente creamos inconsistencias en nuestras historias, no podemos evitarlo. Y en nuestra vida cotidiana estamos revisando continuamente esas inconsistencias al grado de que, de cierto modo, el propósito de pensar es darse cuenta de ellas. Es algo completamente obvio en el ajedrez. Si tuvieras una visión coherente del ajedrez, nunca perderías; mirarías el tablero y pensarías: la mejor jugada es ésta, la mejor jugada de la otra persona es ésta otra. Pero siempre hay jugadas inesperadas, inconsistencias. El ajedrez es complicado, no puedes predecirlo por completo. O si los matemáticos pudieran evitar las inconsistencias, simplemente verían los teoremas y dirían: ¿es esto consistente con mis axiomas?...La consistencia es algo imposible de pedir.

Así creamos las historias sobre nosotros mismos, historias que realmente no encajan. Me parece un tema muy profundo, porque elimina una especie de sentido de lo que somos. Incluso si desde el psicoanálisis se establece la existencia de un superyó, o de muchos seres en uno, de cualquier manera se establece un sentido, una especie de coherencia. Creo que más bien deberíamos enfocarnos en la asombrosa creatividad y flexibilidad de nuestras mentes.

Cuando te sientes inseguro, un poco contradictorio, o cuando sientes que no tienes nada qué decir, no debes pensar en eso como un error, o que una de tus creencias debe ser la verdadera, o uno de tus deseos el correcto. Creo que más bien hay que pensar en que somos personas creativas ahora mismo, que estamos creando nuestras vidas. ¡Podemos crear nuestros pensamientos! Es una especie de sensación abierta, que nos otorga agencia en nuestro destino, no es como si estuviéramos en prisión tratando de escapar. Creo que en el fondo es un tesis positiva.

Para mí también es positivo que expliques las emociones como actos creativos, no como un mundo interno que se desoculta cada tanto. Podría parecer una pérdida pero, en verdad, es un conocimiento que puede darnos fortaleza física e intelectual.

Hay algo bastante peligroso en pensar las emociones como una especie de verdad sin adornos. Si sientes una emoción iracunda o un sentimiento de desesperanza, es fácil pensar: bueno, esa es la verdad, estos son realmente los hechos verdaderos. En las relaciones con otras personas es muy peligroso pensar que, en algún momento, un comentario revela la verdad sobre lo que alguien siente y que luego no hay vuelta atrás, que se ha llegado a la esencia. Yo creo que cada uno es sus sentimientos contradictorios.

Lo mismo va para la interpretación de los sueños, que tú defines como un acto creativo sobre otro. Me hace pensar si es posible, entonces, desarrollar otro tipo de terapias, que no asuman la existencia efectiva de un inconsciente. ¿Cómo imaginar estas terapias?

Creo que, hasta cierto punto, la terapia cognitivo-conductual va en esa dirección: enfocarse en cambiar los patrones de pensamiento, en lugar de simplemente escarbar en lo que sucedió en el pasado, con la esperanza de enmendarlo. Lo cual no implica que las cuestiones del origen y de la historia personal no sean importantes: muchas veces tenemos una historia que está dañada y pensar en ella puede ser muy útil, un poco como un novelista escribiendo y editando un borrador. Lo más importante para mí, sin embargo, es concentrarse en volver a entrenar la forma de concebir el mundo: si tuviste un patrón de pensamiento muy negativo, de depresión, por ejemplo, que te hace entrar en un loop en el que te piensas como una mala persona, donde además crees que esa idea viene desde tu interior mismo, la terapia conductual insistirá en la naturaleza efímera de tales pensamientos. Por eso, sugiere un nuevo enfoque terapéutico. Y creo que sería muy interesante explorarlo más a fondo, hay una conexión muy potente de la que también quise dar cuenta en el libro. 

La siguiente pregunta es un poco más especulativa, pero me interesa plantearla así de abierta: ¿hay lugar en tu teoría para el concepto de misterio?

¡Sí! Creo que sí. La capacidad humana para construir patrones creativos en el mundo es en sí misma asombrosa. En algún nivel, simplemente no entiendo cómo es posible. La capacidad del cerebro, por ejemplo, para comprender o decodificar información de baja calidad y convertirla en modelos de interpretación del mundo. Como cuando reconocemos rostros en las cosas, en una bolsa o en un pedazo de madera, ¡vemos rostros por doquier! Lo mismo sucede con la pintura, puedes distorsionar mucho la forma humana y seguir viéndola. Es un proceso extraordinario, no se puede construir una IA para hacer eso. Creo que en el fondo es una metáfora de lo extraordinario del pensamiento humano en general.

Una forma de pensar en el misterio de la mente es pensar en las computadoras: cuando funcionan bien, pueden rastrear por toda la web y tomar en cuenta miles de millones de imágenes para hacer pequeñas generalizaciones, pero si le muestras algo que nunca antes se ha visto se quedará desconcertada y simplemente no sabrá qué hacer. Lo que es notable sobre el cerebro humano es que es capaz de grandes saltos entre objetos y formas, a la manera de un artista.

Creo que, como en el caso de Paul Hindemith que abordas en el libro, hay toda una corriente de artistas con ideas románticas para quienes tu teoría es directamente una afrenta, ya que implica refutar toda una noción del genio creativo, como un vehículo de lo sobrenatural o, directamente, de fuerzas divinas. Más allá de los artistas, la pregunta clave para mí es: ¿consideras la idea de que la mente es plana como una idea atea?

No necesariamente, creo que es una cuestión independiente de las consideraciones de ateísmo o temas similares. Pero, vamos, la psicología moderna o las neurociencias no tienen un papel para el concepto de alma, que consideran aparte de las ideas de mente o cerebro. Aquí vuelve la cuestión del misterio, presente, como decía, en los aspectos más básicos de la percepción o incluso de nuestro comportamiento más cotidiano. También en la brillantez creativa de las artes, acaso más sofisticada que la creatividad cotidiana (todos podemos leer rostros, pero no todos podemos escribir piezas musicales brillantes). El misterio, sin embargo, está en todas partes, no sólo en los extremos increíbles de la creatividad humana. Cómo se relaciona esto con el ateísmo, no lo sé, no es una pregunta que realmente me haga en el libro, siendo yo mismo, supongo, ateo.

Al mismo tiempo, están todos estos procesos involuntarios de la mente. “Donde sea que concentremos nuestra atención, un patrón es creado”, dices en otro pasaje. Esos patrones están más allá de nuestro control, es como si estuviéramos condenados a generar formas. ¿Cómo relacionarse con estos procesos involuntarios sin crear nuevos pequeños dioses?

Esa es una línea de pensamiento interesante. Podrías preguntarte de forma muy racional de dónde viene esa tendencia humana a ver inteligencia por doquier, a ver seres reflexivos por todas partes, cómo se relaciona eso con la concepción de dioses. Por qué continuamente imponemos patrones al mundo, reconociendo rostros, como ya veíamos. Es cierto que cada sociedad, incluidas las sociedades recolectoras y cazadoras, tiene una perspectiva fundamentalmente teológica del mundo. Es una perspectiva no-mecánica. Intuitivamente no pensamos en el mundo como una máquina, creemos que tiene propósitos y planes, un poco misteriosos; aunque no los entendamos del todo, intentamos ver el mundo, a plantas y animales, en términos humanos. Definitivamente es una pregunta interesante que habría que profundizar más adelante.

Intuyo que tal vez es hora de realizar una alianza con nuestras neuronas. Una alianza donde se asuma nuestra corresponsabilidad mental: nuestro poder y el suyo, nuestra agencia y la suya, nuestra obra y la suya, en diálogo constante.

Sí, hay algo ahí que además involucra la forma en que nos pensamos a nosotros mismos como personas. Como dices, todos estos miles de millones de neuronas son tan poderosas, su funcionamiento es tan fluido que ni siquiera tenemos la sensación de que sea una máquina. Es un sistema de procesamiento incomparable. Es un proceso que se vuelve más evidente cuando se está aprendiendo un idioma: antes de conocerlo, lo escuchabas y sólo percibías palabras como desenfocadas, ¡ahora puedes entenderlas! ¿Qué está haciendo el cerebro? Para empezar a entenderlo, me gusta la idea de aliarnos con él.

Hay una connotación del concepto de memoria que, en países como México, tienen una fuerte carga política. Y para mí es muy emocionante la idea de que, en la estela de tu teoría, esa connotación también puede ser reconfigurada y fortalecida: si la memoria es un subproducto del entendimiento, como aseguras, y no podemos recordar lo que no interpretamos, la mejor manera de honrar la memoria de una lucha histórica sería estudiarla más y más. ¿Qué otra conclusión política crees que puede trazarse a partir de tu libro? 

Creo que otra posible conclusión es la posibilidad de socavar ciertas ideas que intuimos como falsas. Si se quiere introducir una legislación en Inglaterra a partir del Covid, por ejemplo, tiende a pensarse que el pueblo británico no lo tolerará, porque “no le gustan ese tipo de cosas”, como si hubiera un sentido estable de lo que la gente cree. En la práctica resulta que somos increíblemente flexibles, mucho más de lo que pensamos. De hecho, en todo el mundo la gente ha tenido que pasar por cambios asombrosos y se ha adaptado. Otro caso realmente importante es el cambio climático, del que tiende a decirse cosas similares. O el caso del movimiento MeToo. Siempre se cree que la gente tiene actitudes muy fijas y nunca las superarán

En la realidad, todo es bastante inestable: se trata un proceso de interrogación constante, así es como resolvemos las cosas. Creo en esa flexibilidad y en ese carácter abierto: cuando hacemos cosas juntos, ese proceso va de la mano con un debate y un pensamiento colectivos. Es asombroso hasta dónde podemos llegar si pensamos juntos.

Para terminar, en otro pasaje que me apela mucho, dices que la inteligencia requiere una imaginación disciplinada. Parece una idea inspirada por Spinoza. Y, en general, encuentro muchos ecos del filósofo holandés en las neurociencias contemporáneas. ¿Por qué?

No lo sé realmente. Es una pregunta muy interesante y me gustaría tener una buena respuesta. Aunque estoy muy interesado en la apertura de la mente y la enorme flexibilidad que tenemos, también es muy cierto que estamos continuamente encontrando caminos que se han transitado antes. Personas brillantes como Spinoza colocan ideas en el panorama intelectual y todos podemos tomarlas, moverlas y componer con ellas. Y seguimos así redescubriéndolas. Se puede mirar hacia atrás, a muchos grandes pensadores del pasado, y es notable cuánta presciencia tuvieron en cuestiones de psicología y neurociencias. Pienso en lo que dijo Aristóteles sobre la valentía: si quieres saber si eres valiente, haz algo valiente, entonces lo eres. Esta idea podría inspirarnos a elegir cómo vivir nuestras vidas.

Entrevista por Guillermo García Pérez.