McKenzie Wark busca desarrollar instrumentos conceptuales para analizar las formas emergentes de explotación derivadas de los cambios tecnológicos. En esta entrevista, la escritora australiana vuelve a las teorías de su ahora clásico Un manifiesto hacker (2004), para describir el surgimiento de una nueva clase dominante cuyo poder proviene del control de los flujos de información.
Cuando las estructuras de poder cambian, también lo hacen las relaciones de clase. Wark ve las estrategias de los movimientos obreros del siglo XX como obsoletas y nos alienta a buscar otras formas de proteger los bienes e intereses comunes, enfatizando la producción y el intercambio de conocimiento. El pensamiento de Wark se basa en un nutrido depósito de ideas: fusiona la teoría del juego estratégica con el mundo de los juegos de computadora; moviliza a teóricos revolucionarios soviéticos olvidados; y defiende las utopías salvajes de Charles Fourier quien, a principios del siglo XIX, pretendía crear una sociedad adaptada al amplio espectro de inclinaciones y deseos humanos.
Wark tiene una cátedra de estudios culturales y de medios en The New School en Nueva York. Su obra desafía las normas académicas. Su autobiografía sexual Reverse Cowgirl (2020) explora su despertar transgénero y lo reinventa como un ángulo desde el cual acercarse a la cultura y a la filosofía contemporáneas, desde David Bowie hasta George Bataille. En correspondencia con sus ideas de la teoría como un esfuerzo colectivo, Wark también ha publicado dos libros donde interactúa con selectos pensadores contemporáneos. El último de ellos es Sensoria (2020), que siguió a General Intellects: Twenty-One Thinkers for the Twenty-First Century (2017).
Has escrito sobre los intelectos generales y cómo la teoría puede abordar nuestra situación colectiva, pero ¿qué nos puedes decir de tu punto de partida particular? ¿De dónde vinieron tus intereses teóricos y políticos como una joven intelectual?
Pasé demasiado tiempo escondiéndome en mi propia mente, lo que al final resultó ser una disociación, principalmente causada por traumas y por una disforia de género. Es conveniente contar las historias en las que uno es su propio agente en la vida, pero creo que, en realidad, sólo me impulsaron las circunstancias. Siendo una provinciana blanca pequeñoburguesa con acceso a la educación y criada en una casa llena de libros, las herramientas estaban ahí para salir de la niñez y la adolescencia haciendo productiva esa disociación: haciéndome escritora.
Fui una adolescente militante de una organización revolucionaria que tenía su propia revista teórica, junto con un periódico y ese tipo de cosas. Pero me di cuenta en mis tiempos de universitaria que realmente no estaba hecha para la política. No tengo una personalidad lo suficientemente robusta para eso. Francamente, soy sensible y estoy mucho más interesada en los placeres de la vida que en ese tipo de compromiso ascético con los demás. No soy una persona modelo en ese sentido. Por lo que, naturalmente, la escritura y el arte me atraían mucho más.
El contexto en el que leí a teóricos como Foucault era el de gente organizada alrededor de la liberación gay y la antipsiquiatría, quienes traducían por sí mismos a Foucault y lo copiaban. El pirata Foucault fue mi primera versión de él.
Este tipo de teoría baja no era una carrera, era una necesidad para la vida. La teoría como experiencia de desplazamiento hacia un marco conceptual para ganar cierta distancia y lograr percibirte a ti misma en ella y actuar.
Se trata tanto de individualizar tu experiencia como de considerarla parte de estructuras más grandes de opresión y explotación. Y, por otro lado, de encontrar formas en las que los conceptos te permitan pensar en sentimientos comunes, objetivos comunes y luchas comunes.
¿Qué temas abordaste cuando comenzaste a escribir libros?
Dos de mis tres primeros libros fueron intervenciones en las guerras culturales de Australia. El otro trabajo que hice fue sobre las posibilidades de la comunicación en internet. Cuando estuve involucrada con las vanguardias digitales de los noventa, la información libre parecía un escape de la mercantilización. Obviamente fue temporal y parcial e implicó un acceso privilegiado a ciertos sistemas, pero pudimos crear un bien común de producción teórica fuera de la mercantilización, fuera del comercio del libro, fuera de la academia. Fue una época maravillosa. Hay doctorados y libros por escribir sobre lo que yo llamo la Edad de Plata de las Redes Sociales. No hubo una Edad de Oro, pero al menos en los ochenta y noventa hubo un espacio en la vanguardia del desarrollo técnico-cultural por una cultura no mercantil. Antes de que internet se mercantilizara, era libre, salvaje y divertido, pero perdimos tanto las guerras culturales a nivel nacional como el internet libre a nivel transnacional.
¿Cómo se relaciona la guerra cultural con la guerra por un internet libre y cómo se vinculan sus dos derrotas?
Las guerras culturales se tratan de buscar ventajas políticas en todo el ámbito cultural. Creo que en los noventa no nos habíamos dado cuenta de que los fundamentos técnicos de la infraestructura de la vida, de la cual la cultura es la totalidad percibida, habían cambiado, por lo que esas luchas culturales en las que nos involucramos en realidad estaban retrasadas. La guerra de la información es entre aquellos que simplemente quieren obtener un plusvalor informacional, que quieren usar las asimetrías de información como una forma de dominación, mientras propagan alegremente el ruido como un medio para ese fin, contra aquellos de nosotros intentando crear prácticas de corrección de errores, e intercambiando información colaborativa y desmercantilizada, donde podemos ser diferentes y aun así iguales, donde podemos ser una cultura en el mejor sentido.
Cuando escribí El capitalismo ha muerto (2019) una de las preguntas era: ¿por qué amamos el capitalismo? ¡Incluso los marxistas lo aman y de manera perversa! La teología negativa del marxismo es creer a toda costa que esto debe ser el capitalismo. ¿Por qué? ¿Qué pasa si hay algo que no es captado por ese concepto y qué pasa si es peor? ¿Cómo pensarlo? ¿Cómo hacer lo que de hecho hizo Marx –generar conceptos adecuados a la época– en lugar de simplemente repetir el producto final del pensamiento que nos dio?
Creo que hay muchos consumidores del producto de Marx y no tantas personas que hacen lo que Marx realmente hizo como praxis, que es tratar de pensar la tendencia histórica de las formas avanzadas de explotación que están surgiendo. Hacer teoría en el presente es mi principal objetivo. Soy una modernista impenitente en ese sentido. Trato de ser la antena que está detectando, que está captando señales de futuros inminentes, en donde es muy probable que te equivoques.
Cuando actualmente leemos Un manifiesto hacker (2004), pareciera que salió, no diría que demasiado pronto, pero de manera ciertamente oportuna y por delante de la mentalidad de la mayoría de las personas.
A veces no puedo creer que haya escrito ese libro. A veces sólo tienes ese momento visionario. Un manifiesto hacker es a la vez profético y anticuado en muchos sentidos. Escribí El capitalismo ha muerto como una actualización, ya que hubo esta etapa en el desarrollo de lo que llamo el poder de clase vectorialista, que vino después que se escribiera.
¿Qué es la clase vectorialista?
En pocas palabras, es una clase que emerge tarde en una secuencia histórica. Había feudalismo. Su decadencia dio lugar a una clase terrateniente que privatizó la tierra y convirtió a los siervos o campesinos en arrendatarios. Después viene el capitalismo que no se basa en la propiedad de la tierra sino en la propiedad de los medios de producción, es decir, las fábricas, el ferrocarril y todo eso. El capitalismo surge de un salto a una forma más abstracta de propiedad que termina en una ley. Toda una serie de ficciones legales tienen que suceder para que lo que es propiedad del capital sean cosas que puedas tener, que te van a dar poder y que puedes tratar como propiedad. Entonces mi pregunta es: ¿qué pasa si hay un tercer modo de producción de mercancías, una tercera etapa después del gobierno de los terratenientes y los capitalistas? ¿Qué pasaría si hubiera otra superación de lo que era el modo dominante de producción y lo que era la clase dominante?
Ahora, por supuesto lo nuevo no hace que lo viejo desaparezca. Siempre hay diferentes modos de producción anidados unos encima de otros o entrelazados entre sí. Más que un compromiso entre terratenientes y capitalistas es un compromiso entre terratenientes, capitalistas y lo que yo llamo la clase vectorialista, es decir, los dueños del vector de la información. Internet, por ejemplo, es vectorial con todas sus formas de propiedad privada. De los, probablemente, billones de posibles vectores que internet podría generar como infraestructura, me está conectando en este momento contigo para que podamos tener esta conversación por Zoom. La clase vectorialista posee esto y también stocks de información. Sus propias marcas, sus propias patentes, sus propios sistemas logísticos. ¿Qué pasaría si éste fuera el poder dominante actualmente? Y convirtiera incluso al capital en una clase explotadora subordinada a sí misma, como lo hizo el capital con la clase terrateniente.
¿Quiénes son los vectorialistas, aparte de los sospechosos habituales como Google, Facebook y Amazon?
No toda la clase vectorialista está en el campo de la tecnología. Probablemente aquí sea relevante mencionar a las compañías farmacéuticas, porque las compañías cuyas vacunas, con suerte, podemos inyectarnos, no las fabrican realmente sino que producen su propiedad intelectual. Controlan la cadena de valor de la vacuna como mercancía, a través de la propiedad de la información en forma de la patente y la marca. Se necesita un grupo de subcontratistas, capitalistas, para poder fabricarlas físicamente en India, por ejemplo. Básicamente, todas nuestras necesidades sociales dependen de la extracción de minerales y alimentos directamente de la naturaleza.
Sin embargo, el poder ya no reside en la propiedad de la tierra, ni siquiera en la propiedad de los medios de producción sino en el control de la información. A largo plazo, las formas de poder más abstractas tienden a triunfar sobre las más particulares y específicas.
Básicamente el argumento es: ¿qué pasa si hay un nuevo tipo de clase dominante que no se somete a las estrategias con las que el movimiento obrero intentó derrotar al capital?
La clase hacker, que en tu teoría lucha contra los vectorialistas, incluye no sólo a los hackers clásicos, como los hackers informáticos y biológicos, sino a los artistas y a los teóricos.
Sí, cualquiera cuyo trabajo lo lleve directamente al corazón de la tecnología tiende a obtener un Manifiesto hacker y un El capitalismo ha muerto. Están escritos desde el punto de vista de las personas que trabajan con información en industrias avanzadas. Marx escribió para los trabajadores de las fábricas que reemplazaron al artesano y reintentaron un movimiento de clase sobre esa base. Yo estaba tratando de hacer lo mismo: pensar desde el punto de vista de la intervención más avanzada con la técnica.
Porque si existe una nueva clase dominante, hay nuevas clases subordinadas. Y tal vez la clase que produce información que no posee es un nuevo tipo de clase explotada. A veces es una clase privilegiada, pero no con frecuencia. Vivo en Brooklyn rodeada de personas que producen información para ganarse la vida, pero viven en condiciones precarias y apenas están un poco mejor que los trabajadores de servicios que nos rodean. Es posible que ganen más dinero, pero no tanto así si se toma en cuenta el factor de la deuda por su educación, ya que la mercantilización de la educación también es parte del auge de la economía de la información vectorialista.
Si los artistas y teóricos pertenecen a la misma clase de hackers, ¿eso podría enseñarnos algo sobre cómo se relacionan el arte y la teoría?
De alguna manera, el mundo del arte es la última parte en pie de la esfera pública. Hay muy pocos espacios para el pensamiento conceptual. Y una historia de borrado del pensamiento conceptual, ciertamente, en el mundo anglófono y probablemente en otros lugares. En los años cincuenta hubo listas negras. La instauración de una cultura académica anti-conceptual e híper especializada, así como el borrado de lo conceptual de la escritura literaria y periodística y los modelos estándar de la novela y las memorias. Entonces, de alguna manera el mundo del arte es el último lugar donde se pueden practicar tipos de escritura que no son realmente posibles en las esferas literarias, intelectuales y académicas anglófonas. Claro, existen becas sobre teoría en las universidades, y estoy agradecida y dependo de ellas, pero eso en realidad no es teoría. Así que es difícil encontrar una base material para que la clase hacker articule sus intereses y objetivos comunes ya que la teoría en la universidad realmente no hace eso.
Te refieres a ésta como teoría alta y, en el contexto del marxismo, como marxismo gentil y académico, que contrastas con el marxismo vulgar o con la teoría baja. ¿Tiendes a favorecer a estos últimos?
Estoy a favor de las lecturas profundas de El capital, pero creo que el proyecto teórico tiene que salirse de esa tendencia escolástica de limitarse a ser un comentario sobre un canon heredado de grandes obras. Más bien, apropiémonos de eso sin piedad para remodelar y entender el presente, para comenzar directamente con el problema conceptual desde el punto de vista de una categoría particular de oprimidos, explotados o marginados. El trabajo de la teoría es conectar esas cosas y mostrarlas desde esta praxis particular en la que una está incrustada, donde una es explotada de una manera o marginalizada de otra. Esta particularidad puede ayudarme a entender qué es la abstracción actualmente y cómo todos estamos atrapados en ella. Eso, para mí, siempre es la tarea teórica.
Fue lo que hizo el movimiento obrero, es lo que hizo la liberación gay, lo que hizo el poscolonialismo, para dar sólo tres ejemplos de movimientos que conectan lo particular y lo general. Esto se relaciona con lo que llamo el intelecto general. La función del intelecto general se encuentra hoy en algunos nichos privilegiados de producción de información, donde puedes pensar más allá de tu nicho o tu época, y puedes hacerlo sin perder tu trabajo. Y cada vez más creo que no va a ser en la academia donde vamos a poder proporcionar eso. Necesitamos más teoría baja.
¿Se debe entender a los intelectos generales como portavoces que marcan la agenda? ¿O más como proveedores de herramientas? Parecieras ser escéptica con la noción de intelectuales públicos.
La figura del intelectual público ya pertenece al pasado. Estamos fuera de la era de la transmisión masiva, en un régimen completamente nuevo en el que se trata de extraer plusvalía a los trabajadores de la información. Entonces, ¿quién llega a tener liderazgo intelectual o capacidad para abordar teóricamente la condición de los trabajadores de la información? Todo cambió bastante desde la era, digamos, de Sartre, Foucault o Fanon. Tal vez la clase hacker sea una manera de repensar la historia de las vanguardias, como una serie de luchas en torno a lo que significa ser un productor de medios. Yo estaba interesada en los situacionistas no como una vanguardia del arte sino como una vanguardia de la producción mediática en general, y cuyo trabajo creo que se fragmenta y se malinterpreta si se piensa como arte, literatura o teoría.
Vuelves a los situacionistas en dos de tus libros: La playa bajo la calle (2011) y The Spectacle of Disintegration (2013). ¿Existe alguna forma en el que las estrategias de los situacionistas estén relacionadas con lo que llamas la “situación general”, que ves definida más que nada por la calamidad ecológica del antropoceno, más la disrupción tecnológica en el ámbito digital? ¿Qué esperas ganar cuando regresas a los cabos sueltos del proyecto de las vanguardias y los intentos de transformar radicalmente la vida a través de nuevas formas de comunicación?
La clave de la escritura de Guy Debord para mí no es el concepto de espectáculo, sino el de deriva [detournement]. Está relacionado con la palabra en inglés detour, pero es esencialmente lo que él describe en un manifiesto anterior como “comunismo literario”, la idea de que toda la cultura se produce colectivamente y nos pertenece a todos. Y que su apropiación y modificación, dirigidas a la esperanza, es una práctica política en sí misma. Los situacionistas estaban avanzando con la idea de un tipo de práctica política, estética, cultural y técnica en torno a la información como algo que nos pertenece a todos.
En cierto modo, es algo que los científicos radicales de los años treinta hasta los cincuenta pensaban de manera diferente. Dicho sea de paso, también honro a los trabajadores científicos y técnicos de Occidente que filtraron a la Unión Soviética información sobre las armas nucleares. Para mí son héroes que probablemente evitaron que sucediera la guerra atómica. Esto ayudó a los soviéticos a mantener al menos la ilusión de paridad, lo que condujo a su vez a la política de “destrucción mutua asegurada”, como elemento disuasorio de la guerra en ambos lados. Quiero una estatua para los Rosenberg, que fueron ejecutados por filtrar a la Unión Soviética información sobre armas nucleares. Ellos, y otros similares, fueron los que nos salvaron de la agresión nuclear estadounidense. De manera que la libre información, el detournement, fue una estrategia radical.
¿Podemos decir que, así como proteger la atmósfera como un bien común es un paso hacia el manejo de la crisis del antropoceno, el libre intercambio de información, un bien común informacional, se convierte en un paso hacia una solución de los problemas arraigados en la tecnología?
Los movimientos sociales en pro de una información libre impulsaron a un sector de la clase vectorialista a buscar formas de recuperar esa actividad colectiva en un nivel más alto de abstracción. Una de sus estrategias es recolectar información gratuita a través de plataformas que fomentan el intercambio. Las redes sociales se basan en la extracción de plusvalía de la voluntad de compartir con otros. Entonces,
si la clase capitalista explota el trabajo, la clase vectorialista explota perversamente al comunismo, explota nuestro deseo de tener un contacto inmediato con los demás. La clase vectorialista recolecta información gratuita y luego la usa como motor para desarrollar asimetrías de información que se convierten en una forma de control.
El robo de información es ahora la base de grandes fortunas globales sin precedentes. Nosotros, meros productores de información, tenemos que buscar estrategias internas para volver a crear nuestros propios bienes comunes.
En Un manifiesto hacker ya describes esa tentación de cada hacker de lucrar con la innovación y formar una corporación o crear una marca. La tentación está ahí también para los artistas. Por lo tanto, te puedes autoexplotar, es decir, trabajar en demasía para posicionarte y, una vez que obtienes un nombre, dejar de compartir información de manera gratuita y tratas de encontrar una manera de capitalizar para compensar tus esfuerzos.
Correcto. No me gusta describir todo como neoliberalismo, pero pensar en uno mismo como capital en lugar de como trabajo fue definitivamente un tipo radical de cambio ideológico de ese período, donde ves tu propio cuerpo, mente y educación como capital para invertir y del cual extraer un beneficio. La cuestión es que sólo me interesan las vanguardias. Creo que a nuestra gente siempre se le ocurren cosas nuevas primero. Lo mismo con las ciencias. La clase vectorialista no está realmente interesada en la innovación, sólo quiere el fruto al alcance de la mano, la forma de convertir la tecnología existente en la explotación de otro campo de actividad. Es aversión al riesgo.
Estaba leyendo sobre la mujer que ideó la estrategia actual para diseñar vacunas, la cual no se tomó en cuenta durante mucho tiempo. Había todo un modelo de financiación para la investigación que mejoraba gradualmente las técnicas de vacunas existentes en beneficio de esa parte de la clase vectorialista que patenta productos farmacéuticos.
Hay esta tendencia general en tu obra de la que pareces estar muy consciente, donde la experimentación y la invención –el juego libre de posibilidades- da paso a una especie de juego que crea elecciones binarias, ganadores y perdedores, y que se impone como necesario, inevitable.
Escribí Gamer Theory (2007) después de Un manifiesto hacker, no diría que como su complemento dialéctico, sino como su otro. Es un libro mucho más pesimista que tiene que ver con el cercamiento de la posibilidad en un espacio de juego, donde el valor de cada movimiento que haces se extrae en tu desventaja por la clase vectorialista, como propietaria de la plataforma, la infraestructura, el juego. Pensamos no tanto como si fuéramos capital humano sino como jugadores en un juego de suma cero. Tenemos que participar en este juego para ganar. Una vez que comienzas a ganar puedes volverte contra los compañeros de equipo, un movimiento ahora estándar en los programas de telerrealidad, por ejemplo. Y las limitaciones del juego también permiten la extracción de nuestro juego como trabajo gratuito en beneficio de la clase vectorialista.
Dices en Gamer Theory que el mundo escapista del juego se experimenta como algo superior a la vida real porque siempre se obtiene una recompensa. Las cosas tienen sentido, hay un plan, una trama que ayuda a saber lo que se está haciendo, lo cual es existencialmente reconfortante. Esta utopía escapista puede volver a convertirse en una gran incomodidad cuando nuestra vida real se mezcla con la virtual y se convierte en un juego que crea ganadores y perdedores, donde los errores tienen consecuencias reales. Aquí podríamos pensar en el sistema de recompensa social chino que gamifica la vida social de modo que, si tienes los amigos equivocados, pierdes créditos sociales y podrías perder tu trabajo, tu derecho a viajar en trenes o aviones.
Hay otras versiones de la observación de que nuestro trabajo y nuestro juego son expulsados de nuestra actividad y transformados en un mundo que se vuelve contra nosotros. En El capitalismo ha muerto utilizo La crítica de la razón dialéctica (1960) de Sartre para explicar esto. Producimos lo práctico-inerte, como lo llama Sartre, que luego se convierte en lo que nos obliga a entrar en relaciones de serialidad, donde ya no tenemos agencia sobre nada y la libertad está realmente restringida. Ya no es el caso de que no ser libre sea una ilusión, un acto de mala fe en el que pretendemos que no somos libres para actuar: realmente no somos libres en esa situación. La famosa imagen de Sartre es la de gente haciendo fila esperando el autobús. No tienen relación entre sí más que como una serie cuyo orden está determinada por lo práctico-inerte del mundo con el que están interactuando.
Lo práctico-inerte en Sartre, como lo describes en El capitalismo ha muerto, comprende todos nuestros productos, cosas, ideas, instituciones –lo humano, que a menudo se experimenta como algo menos que nuestro, pero que es más bien algo inhumano, alienante y opresivo. Con respecto a la situación global, esto significa que el impulso del mundo que hemos creado a nuestro alrededor anula todos nuestros intentos de cambiar activamente nuestras circunstancias.
Es una especie de interpasividad en la que uno pierde toda agencia. En El capitalismo ha muerto intento entender cómo sabemos exactamente qué se debe hacer para evitar el caos climático y no lo estamos haciendo. El monstruo continúa avanzando porque nos vemos obligados a la interpasividad y a la realidad en serie por lo práctico-inerte que simplemente divaga hacia su propia perdición. Es un poco donde estamos en este momento.
Hay una contraimagen, la de la fusión, el grupo o la clase fusionada –también un concepto de Sartre.
Pero Sartre es un pensador muy pesimista, y el grupo fusionado es temporal y también implosiona sobre sí mismo. Él estaba tratando de entender por qué fracasó la revolución soviética. Entonces, el grupo fusionado es temporal, pero es donde la agencia y la libertad colectivas se vuelven posibles en una situación o situaciones.
En un libro que salió hace unos años llamado We (2017), Ronald Aronson, un marxista inspirado en Herbert Marcuse, utiliza esta misma imagen de la parada del autobús de Sartre. Él dice: bueno, si el autobús nunca llega, la gente entonces comienza a conversar y luego podría terminar llamando a la compañía de autobuses. Mientras actúan, se convierten en un grupo fusionado con el potencial de movimiento. Tienes esta gran cita en tu libro sobre el antropoceno, Molecular Red (2015) que dice: “Sólo las personas que enfrentan los mismos peligros se convierten en verdaderos camaradas”.
Sí, es de Andrei Platonov, uno de los escritores verdaderamente grandes. Estuvo presente en el fracaso de la Revolución Soviética y fue quizás el testigo más interesante, ya que lo vivió sobre el terreno, intentando ser ingeniero hidráulico en el campo. De manera que sólo somos camaradas si enfrentamos el mismo peligro. Pero el fracaso político en este momento es que estamos actuando como si no estuviéramos enfrentando el mismo peligro.
La fuerte unidad que esperábamos se rompe en nuevas constelaciones de nosotros y de ellos…
Siempre hay siempre una categoría de ser que es excluible. En los Estados Unidos, en este momento, son las personas trans. Incluso para muchos de los llamados liberales, socialistas y progresistas, las personas trans son prescindibles, de manera que se legisla en nuestra contra. Mientras hablamos, ya hay legislación contra nosotres en 33 estados. Y la cuestión es que esto va a afectar a todos, porque una vez que empiezas a decir cosas como: “oh bueno, las personas trans no importan”, entonces las personas discapacitadas no importan, las personas indocumentadas no importan. Es la doctrina de Stalin cuando hablaba de cortar el salami de la oposición poco a poco: tajada, tajada, tajada…
Uno de los primeros grupos que los nazis atacaron fue el de las personas trans. Claramente los nazis querían imponer un modelo de patriarcado heterosexual cisgénero. Y vemos que sucede exactamente lo mismo hoy día, ¿cierto? No quiero dibujar esa analogía con demasiada fuerza. No es un regreso de los nazis, pero creo que en general cada vez que hay que desechar un grupo, esto sucede. En los años treinta, la clase dominante miraba a su alrededor y decía: “¿Sabes qué? Esto no se ve bien”, así que pensaron: “Levantemos el puente levadizo, quedémonos con la riqueza y olvidémonos de persuadir a la gente que ésta es la buena vida. Simplemente regresaremos a la represión”. Y creo que estamos en ese tipo de momento otra vez.
Existe esta noción clásica de que si tienes que estar a la altura de un modelo de deseo –bajo el estándar de otra persona de lo que es deseable–, entonces eso ya es opresión, quizá la misma definición de tiranía.
Sí, aunque hay formas en que se ha modificado un poco el modelo: “Ah, ¿sabes qué? Está bien si tus deseos son homosexuales, pero aún debes tener un trabajo estable, casarte, comprar una propiedad y tener hijos. De hecho, ahora estás obligado a tener hijos. Y deberías servir en el ejército. Por supuesto, te lo permitiremos porque el nacionalismo es importante para la familia y viceversa”. Entonces, existe esta noción de: “oh sí, en realidad podemos acomodar algunos deseos diferentes, pero sólo si encajan en algo de lo que se pueda extraer información, tratarlo como una identidad, venderle productos, comercializar su producción y tenerla controlada, si es necesario, para que no cause ningún problema”. Lo que Jasbir Puar llama homonacionalismo. ¡Pero no tengas sexo en público! Ese aspecto de la vida queer todavía está prohibido.
Tu colega Dominic Pettman escribió recientemente Peak Libido (2020), donde especula que el deseo ha sido tan sobreexplotado que no logra regenerarse, como una capa de tierra agotada. Pero también explora el deseo en fantasías utópicas como en el escritor utópico francés Fourier quien, además de Platonov y Alexander Bogdanov, destaca en tus escritos sobre ciencia ficción radical en Molecular Red. Disfruté tu lectura de Mars Trilogy (1992-1996), de Kim Stanley Robinson, y las formas radicalmente alternativas de lidiar con el deseo y el sexo descritas en Blue Mars. ¿Hay alguna forma de inspirarnos en textos utópicos sin perdernos en ensoñaciones políticas impracticables?
Creo que tal vez malinterpretamos a los utopistas. Qué pasaría si pensáramos en lo utópico como el tipo de literatura más práctica, una escritura que persigue la practicidad más allá de lo que lo hacen otras ramas de la literatura. Por ejemplo, a Charles Fourier le preocupaban cuestiones como quién saca la basura, quién procesa los residuos.
Si no recuerdo mal, según él serían los niños, ya que a ellos les encanta la suciedad y la basura y se divertirían más con el trabajo.
Los novelistas rara vez hablan de eso ¿verdad? ¿Quién saca la mierda en Stendhal? Nunca escuchas sobre eso. Nadie va al baño en estos libros. El realismo no es real en ese sentido, pero el utopismo sí. Los escritores utópicos dicen: “Vaya, todo está tan jodido. ¿Qué pasaría si pensáramos en cada detalle de una manera que fuera simplemente mejor y más práctica y que realmente querríamos?
La gente piensa que los utópicos tienen un modelo para todos, porque nunca los han leído. Pero Fourier dice algo como: hay doce pasiones y cada uno es una mezcla diferente de ellas. Entonces, ¿cuál sería la manera de combinar todas estas diferencias que las pasiones nos motivan para que nadie tuviera que realizar nunca un trabajo sacrificial? Bien, tal vez esto sea utópico, en el sentido de imposible, pero también es utópico en el sentido de: ¡qué forma tan práctica de pensar! Donde minimizarías el sufrimiento, el sacrificio y el trabajo inútil, para que todos pudiéramos disfrutar todo el tiempo.
La utopía más interesante de Fourier, El nuevo mundo amoroso (1816), es sexual. ¿Cómo combinas todas esas pasiones? Eso en sí mismo se convierte en una vocación que algunos pueden sentir pasión por resolver. Mi parte favorita del libro es cuando dice: probablemente haya personas que deseen rascarse los talones. Podría haber una red trasnacional de esas personas, porque sus deseos son muy raros. Conéctelos entre sí. Y uno piensa: “¡Internet, baby!”. Un internet que no beneficie a la clase vectorialista. Entonces, sí, creo que hay un papel para el utópico si lo pensamos de manera diferente.
Mencionabas que empezaste a militar en un grupo político. ¿Dónde nos encontramos al respecto hoy en día en la guerra de la información? ¿Podríamos perder de una manera aún más drástica que cuando perdimos la guerra cultural que describías? Está lo que Michael E. Mann ha llamado la nueva guerra climática, entre aquellos que están dispuestos a actuar y aquellos que no lo están, quienes además tienden a estar en el poder. Mann afirma que estamos a punto de ganar, pero que también claramente podríamos perder esa guerra.
Guy Debord quería acabar con la Internacional Situacionista un par de años después de 1968. Mucha gente pensaba que la revolución aún podía ocurrir, como si 1968 fuera sólo el comienzo. Debord vio venir a los oportunistas: las personas que quieren unirse al movimiento porque creen que van a ganar y se convertirán en comisarios. La cuestión es que hay algo clarificador en la derrota. Tú sabes realmente quiénes son tus verdaderos camaradas cuando has sido derrotado. Para mí, ese es el pathos de las listas negras en Estados Unidos. Tengo algo de compasión por las personas que traicionaron al movimiento. Oh, tendrías que hacer algunos sacrificios materiales para seguir siendo un comunista, ¿y no estabas preparado para hacerlo porque la mayoría de nosotros somos meros seres humanos débiles? Y sé que si la revolución tuviera éxito, si fuera como las pasadas, los de mi clase serían los primeros en el paredón. Por lo general, hay muy poca tolerancia con les transexuales rares como yo. No podemos ganar, a menos que sea una revolución muy diferente.
Entonces, creo que es realmente importante pensar a través la derrota. Todas las versiones del Movimiento Obrero fueron derrotadas. Las Internacionales Primera, Segunda, Tercera y Cuarta fueron derrotadas.
Hay que pensar desde el lugar de la derrota, y que la victoria podría no ser posible. Y seguir de pie con lo que solíamos llamar la Gran Causa Antigua me parecerá un compromiso importante: la solidaridad incluso cuando las cosas pueden ser desesperanzadoras.
¿Qué hay de aquello de que, en lugar de luchar contra los poderes fácticos, debemos acelerarlos con la esperanza de lograr un gran avance?
Un manifiesto hacker es un tratado aceleracionista de izquierda. Tomé pistas del pensamiento aceleracionista francés que sucedió después del fracaso de Mayo del 68 y de toda la “década roja” en Francia, de mediados de los sesenta a mediados de los setenta. Tomé de Deleuze y Guattari, también de Baudrillard y Lyotard. Y, bueno, tenemos que el intento de negar el capital fracasó, probablemente por última vez, en 1968. Entonces, tal vez sólo había que acelerarlo hasta el final. Pero, espera un momento, la aceleración ya sucedió. El capital fue derrotado, no desde abajo sino desde arriba, por una nueva clase dominante. Ese es mi pensamiento adicional. Ya estamos en algo después del capitalismo y es peor. Por lo tanto, tal vez acelerar el vector hasta el final con la esperanza de impulsar la libre producción de información puede finalmente disolver la necesidad de explotación y escasez. Si lo conduces hasta el final absoluto.
Aun así, soy pesimista en el sentido de que esta civilización ya está en ruinas y no puede negarse o acelerarse de ninguna manera útil. Tal vez podríamos intentar construir otra en las ruinas. Eso es lo que me interesa ahora. Y ya no ser pesimista sobre todo. Lo más alentador del año COVID-19 en la ciudad de Nueva York fue que más personas aprendieron a ayudarse mutuamente, a organizarse de manera colectiva sin esperar que el gobierno le brinde servicios o que algún partido político, o lo que sea, se constituya. Ese es un punto a favor de mis camaradas anarquistas. Y extrañamente se conecta con la experiencia de las personas trans porque tenemos que ayudarnos mutuamente, ya que nadie más lo hará.
Lo que describes sobre la comunidad trans parece ser una forma de auto-organización espontánea que surge de un ámbito de vida o experiencia que se abre a comunidades más amplias. Me fascinó tu lectura sobre Bogdanov porque lo que dice parece corresponder, y muy de cerca, con tu propio trabajo. Él habla de tomar algunas metáforas del trabajo que tú de hecho realizas y usarlas como un principio organizador, que es lo que hiciste con el hackeo. En este caso, el acto de modificar y de reapropiarse de las tecnologías se convierte en la forma en que te enfrentas a lo político, en cómo cambias el mundo.
Bogdanov fue el rival de Lenin por la dirección del Partido Bolchevique. Lenin ganó la campaña en todos los niveles, incluido el filosófico. Aun así, Bogdanov fue probablemente más influyente que Lenin en un momento determinado de la historia del partido. A veces hay que aprender de los vencidos, de figuras como él. Bogdanov quería una práctica intelectual general de comparar metáforas que abstraemos de diferentes procesos de trabajo, lo que denominó tectología. Quería tener una relación de camaradería entre los diferentes tipos de trabajo y la producción de conocimiento, en lugar de pensar jerárquicamente sobre cómo se implementará el conocimiento en el mundo, o dejar la combinación de formas de trabajo-conocimiento únicamente al mercado. Una cosa que me encanta de Bogdanov es que, en principio, para él todas las formas de trabajo y conocimiento son iguales. No hay un discurso soberano sobre todos los demás. Ni siquiera el marxismo, lo que representa la verdadera radicalidad de su idea. El marxismo para Bogdanov es el punto de vista particular de las clases trabajadoras, no una doctrina o filosofía universal. Lo que se necesita es una práctica del conocimiento, no una ideología soberana del mismo, para que el trabajo puede ser colaborativo y para que podamos trabajar juntos en construir mundos habitables. Esto, dicho sea de paso, es por lo que no me gustan cosas como “el nuevo materialismo”, cuando intenta jugar este papel soberano.
En estos días, estamos lidiando continuamente con el lenguaje de la ingeniería y el lenguaje del mercado, que son los que triunfan sobre todos los demás. Entonces, existe esta tendencia de hacer un movimiento de voluntad-de-poder nietzscheano, como si la poesía o la filosofía fueran, de alguna manera, un poder superior. Pero no lo son. No son discursos soberanos. Y estos definitivamente no te salvan de la reacción.
Hay muchos poetas y filósofos reaccionarios. Lo sabemos, ¿por qué seguimos negándolo? Estamos tan implicados como cualquiera. Y, por otro lado, están los ingenieros y los científicos radicales. Encontrémonos unos a otros y descubramos una colaboración entre camaradas.
Pensemos en cómo combinar estas dos cosas: ayuda mutua y producción de conocimiento entre camaradas, como un conjunto de prácticas, al menos como el comienzo para remediar un planeta en peligro de ser destruido.
Este movimiento parece existir de alguna manera. Incluso están surgiendo universidades obreras independientes y movimientos que luchan estratégicamente por los bienes comunes, especialmente, los bienes comunes informacionales. Una de las mejores cosas relacionadas con la información y el conocimiento como bienes comunes es que, como tú misma lo has señalado, no es un juego de suma cero. La información no es como un pasto que se agota si muchos lo utilizan. La escasez aquí está completamente manipulada y creada. Cuanta más gente comparta información, mayor será su valor. No es escasez real en este sentido.
La manera en que se diseña el intercambio de información hoy en día es sólo para que la clase vectorialista pueda extraer un excedente, y dado que el ruido prolifera más que el conocimiento confiable, el ruido es lo que obtenemos. Tenemos entonces que diseñar nuestra propia infraestructura para producir conocimiento o al menos desarrollar buenas prácticas de información en y contra el vector. Creo que la producción colectiva de los medios de almacenar y distribuir información desde los años cuarenta hasta ahora cambió ontológicamente el concepto de la información y cómo se percibe y qué puedes hacer con ella. Una de esas cosas es el fin de la escasez de información. Como pedagogía, el proyecto de la Ilustración se trataba de aumentar la disponibilidad de información, para que las personas racionales supieran y decidieran acabar con la censura y la mistificación. Ahora sucede que el proyecto de la Ilustración para obtener y propagar conocimiento produce tanto ruido que ahora hay que crear menos visibilidad. El problema ahora es hacer que desaparezca la mayor parte de la información.
¿Cómo hacemos eso?
Los situacionistas ya estaban interesados en eso. Todas las vanguardias tienen una estrategia mediática; en realidad, son una estrategia de medios por encima de todo. Los situacionistas introdujeron la práctica de la vanguardia parcialmente oculta, invirtiendo las tácticas de autopublicidad y las estrategias públicas incendiarias de los futuristas, de Dadá y de los surrealistas. O piensa en Fluxus como redes alternativas de medios, discretas y no públicas. Las vanguardias se adelantan a su tiempo en la medida en que son prácticas críticas avanzadas de los medios de comunicación de su tiempo. Para mí, eso fue NetTime y su práctica del “filtrado colaborativo”, una práctica mediática de vanguardia post-situacionista y post-Fluxus, para los comienzos de la era digital post-transmisión. El problema de las vanguardias contemporáneas es retirarse y ser visible en su retiro. Para la vanguardia de la liberación de género, éste es un problema clave: la trampa de la visibilidad. Cómo no ser visible para no ser un blanco, pero ser reconocible para nuestra propia especie. Entonces, creo que lo que podría ser lo más importante ahora son las estrategias para construir sistemas de comunicación que hagan posibles mundos y vidas habitables, pero discretamente. Como un rave sólo para nuestros amigos.
Entrevista por Anders Dunker
Traducción de Esperanza Urdaneta
Esta entrevista se publicó originalmente en Kunstkritikk. Se reproduce gracias a la gentileza de Stian Gabrielsen.