Miembro de la colectiva feminista Laboria Cuboniks, el trabajo teórico de Helen Hester deconstruye el concepto de naturaleza para poner en crisis los esencialismos asociados al cuerpo, a la reproducción y a la tecnología. ¿Qué tipo de futuro puede construirse entonces?
Pensar la naturaleza no como un esencialismo, sino como un espacio de conflicto tecnologizado, esta es la idea central con la que Helen Hester nos provoca para cuestionarnos nuestra relación con el entorno. A partir del trabajo colectivo con Laboria Cuboniks que resultó en el Manifiesto Xenofeminista, de 2015, y sobre el cual expandió varias de sus ideas en Xenofeminismo (2018), Helen Hester, en conversación con LUCA, vislumbra que estamos en el momento de construir el andamiaje contrahegemónico, emancipatorio y feminista para un mundo post-capitalista. Reutilizando conceptos del feminismo de la segunda ola y del aceleracionismo, nos invita a la movilización contra todas aquellas ideas consideradas como inmutables.
¿Me podrías contar un poco acerca de Laboria Cuboniks? ¿Cómo surgió, cómo opera? ¿Cómo fue el proceso de escritura colectiva del Manifiesto Xenofeminista? Y si tienen planes de seguir trabajando juntas en el futuro…
Cuando comenzamos el proyecto, nos referíamos a nosotras mismas como una colectiva feminista internacional. Fuimos seis quienes escribimos juntas el Manifiesto Xenofeminista y siendo que venimos de lugares muy diferentes, con voces, posiciones y disciplinas muy distintas entre sí, nos ha resultado difícil encontrar un proyecto en el cual podamos volver a contribuir de forma colectiva. En parte, también, debido a las complicaciones logísticas que resultan de tener integrantes que se encuentran en lugares tan diversos como Canadá, Australia, el Reino Unido y Alemania. Para escribir el manifiesto trabajábamos en pequeñas células en las cuales armábamos equipos de dos o tres personas. Podría decirse que Laboria Cuboniks continúa este trabajo distribuido en pequeñas células y ya no tanto como una colectiva de seis integrantes.
Nos conocimos en un curso de verano en Berlín. Era un curso sobre filosofías neorracionalistas que se llamaba “La emancipación como forma de navegación”. Yo y otra de las integrantes de la colectiva éramos ponentes, el resto eran participantes de varias de las actividades organizadas. Durante el tiempo que estuvimos juntas, nos dimos cuenta que teníamos intereses en común: principalmente, reflexionar sobre cómo las cuestiones de género no estaban siendo abordadas en las discusiones del aceleracionismo y el neorracionalismo. Sentíamos que había una larga y rica historia de pensamiento tecnofeminista que no estaba siendo incorporada en la forma de articularse de estos movimientos. Veíamos una especie de laguna en el centro de la discusión y queríamos contribuir, hacer una crítica solidaria y aportar desde nuestras trincheras para enriquecer las propuestas. Creo que este deseo se mantiene en nosotras hasta la fecha. Reflexionamos juntas acerca de los huecos y tensiones que existían en nuestro propio trabajo y, al sumar nuestras voces en una colaboración longitudinal y extendida, llegamos a formas nuevas y conclusiones distintas de aquellas desarrolladas en nuestros trabajos individuales.
Hubo buena química entre nosotras: sentimos que se prendió una chispa y supimos que debíamos hacer algo juntas; y, a diferencia de todas esas ocasiones que, en el calor del momento, tienes la intención de colaborar con alguien pero termina sólo en buenos deseos, esta vez, por alguna razón, las seis le dimos seguimiento. Comenzamos un documento colaborativo en etherpad; casualmente, la forma en la que distribuimos el trabajo entonces se asemeja a la manera en que trabajamos ahora: nos dividimos en equipos de dos en dos y armamos una lista de doce temas que nos parecían importantes. Bocetamos las ideas iniciales y, como cada una de nosotras estaba en más de un grupo, revisábamos, criticábamos y editábamos las ideas del resto. Ese periodo inicial fue muy productivo. Conforme pasó el tiempo, dividimos el trabajo de forma un poco diferente. Diane Bauer, por ejemplo, en algún punto imprimió todo el documento y lo cortó en pequeños fragmentos para poder moverlos físicamente y empezar a encontrar una estructura. Patricia Reed hizo una revisión final para asegurarse que fuera totalmente consistente. Una de las cosas que decimos en el manifiesto es que estamos interesadas en el derecho que tenemos todas de hablar como nadie en particular. Este ejercicio se trataba de experimentar la escritura como una voz colectiva, aunque estábamos perfectamente conscientes de ser seis personas situadas en realidades muy particulares. Al final intentamos que se leyera como un sólo documento. Creo que cuando alguien se da a la tarea de examinar con cuidado el manifiesto puede identificar las voces específicas que cobran mayor o menor peso en distintas partes del texto, e incluso detectar los distintos ritmos que tiene. Aun así, como ejercicio, el hecho de ir más allá de tu posición situada en el nombre de un proyecto en común, fue una experiencia sumamente interesante, al menos para mí.
Escribir un texto propio es ya en sí un proceso difícil; yo siempre tengo una sensación de vértigo cuando escribo, entre ver tantos borradores, anotaciones en los libros que leo, hojas de cálculo en las que planeo hacía dónde va una idea, y pensar que todo tiene que lograr un argumento lineal que progresa hacia otro de forma consistente y coherente (al menos en los textos de naturaleza académica)…ese es ya un reto para una persona; si son seis personas, quienes además no necesariamente están en armonía con cada idea que se plantea, se añaden dimensiones de complejidad que obligan a encontrar un suelo común. El reto era producir un manifiesto que todas pudiéramos respaldar aun cuando hubiera puntos de vista o énfasis distintos y posturas diversas.
Han mencionado a Shulamith Firestone como fuente de inspiración para el manifiesto y frecuentemente han sido llamadas “las hijas rebeldes de Donna Haraway”. Sus influencias son amplias y diversas, ¿cómo tejen todas estas referencias en su trabajo?
Firestone es una gran influencia porque su visión de la tecnología es muy abarcadora. Su postura frente a lo ‘técnico’ apunta hacia una transformación social que aún hoy se está llevando a cabo. Ella coloca en el centro lo que normalmente se piensa al margen de los discursos tecnológicos. Cuando pensamos en tecnología, nuestra mente normalmente la asocia con aquello que consideramos “de vanguardia”, Silicon Valley y demás. Mientras que desde la perspectiva de Firestone, la primera tecnología que se aborda es la reproductiva; su discurso se concentra en el tipo de tecnologías a utilizar para emancipar a las personas de la labor de gestación. Es una visión muy radical, ahí yace su atractivo, pero también su dificultad. Por un lado, son textos que se cuecen a fuego a lento, que son muy ambiciosos y refrescantes porque tienen tanta fuerza y se restringen muy poco en la manera de articular sus ideas. Ella no está dudando de sus posturas ni tratando de adelantarse a los contra-argumentos o críticas que pudiera recibir, simplemente expone su punto de vista. Pero, obviamente, sus ideas también pueden ser problemáticas. Creo que hoy, dentro de la teoría feminista, es comúnmente aceptado que es necesario practicar el cuidado, pensar en el impacto de nuestras ideas o de nuestro trabajo político. De alguna forma, sabemos que lo que funciona para une, no necesariamente funciona para le otre. Y por mucho que nos gustaría hablar como nadie en específico, o defender el derecho de todes a hacerlo, parte de este proceso obliga a pensar en las implicaciones sociales que van más allá de nuestra propia postura subjetiva y acuerpada, pensar en cómo nuestras ideas resuenan con les otres. Así que sí, hay mucho en Firestone que resulta incómodo de leer hoy en día, sobre todo cuando jerarquiza las distintas opresiones. Para ella, las mujeres y las personas que están atadas a su biología reproductiva son las más oprimidas de todas y todos los otros tipos de opresión vienen después. Tratando de poner en la balanza, creo que debe tenerse la claridad y confianza para articular una visión, presentar una tesis, pero al mismo tiempo estar consciente del tipo de riesgos que conllevan, y entender que cualquier tesis será necesariamente provisional, deberá ser sometida a una revisión constante y ajustarse en respuesta a las críticas.
Respecto a Haraway, obviamente creo que ha hecho un trabajo fantástico al reflexionar de manera tan cuidadosa sobre la ciencia tecnológica. Su profundidad viene no de pensar la tecnología como una especie de fantasma metafísico, inflado fuera de toda proporción, sino de aterrizar su discurso en procesos técnicos reales, siempre en relación con la biotecnología, y al mismo tiempo en poner atención en los ensamblajes dentro de los cuales cada tecnología específica opera. Siempre le ha interesado cómo se enmarcan estas tecnologías, cómo se venden, la mercadotecnia alrededor de ellas, pensar en sus discursos de promoción y en cómo impactan en nuestra comprensión de las mismas, para entender cómo operan a nivel social y cultural. Esto es algo que admiro profundamente en ella. Haraway está muy enfocada en demostrar los límites del excepcionalismo humano, tratando de situar a la humanidad en una red donde deja de ser la especie central, o de mayor importancia, alrededor de la cual todo gira. Creo que su concepto de responsabilidad pone el énfasis en el humano como un agente dentro de estas ecologías que, si bien no ocupa esa posición central, al mismo tiempo tiene capacidades únicas. Poder usar la razón más allá de las circunstancias del presente inmediato (sin querer decir que esa habilidad no la compartamos con animales como los pulpos o con procesos como los de la inteligencia artificial) nos permite actuar de forma particular: por ejemplo, pensar de manera ecológica, a nivel de un sistema, con la esperanza de usar esa capacidad para ver el escenario más grande y hacer algo al respecto de la devastación ecológica que nuestra especie ha generado.
Creo que cada autora tiene un énfasis ligeramente distinto, aun cuando compartan una agenda similar en la lucha por la supervivencia de la especie y el planeta, así como por el florecimiento de la humanidad. Creo que esto se conecta con lo que antes te mencionaba acerca de la provisionalidad.
El reto está en tener la capacidad de describir las condiciones a nivel de terreno, sin diagnosticar de forma definitiva esas condiciones ni quererlas encasillar de tal manera que se vuelvan inmutables, perpetuas.
Esto es algo a lo que aspiro en mi trabajo, es un reto permanente. Intento hablar de la historia de ciertos conceptos como el género, o de algunas tecnologías en particular, tratando de que al hablar de ellos no termine contribuyendo al discurso que los sostiene.
Para la siguiente pregunta, me gustaría especular un poco: ¿qué tipo de mundo te gustaría que existiera dentro de cincuenta años? ¿Cuál sería el rol del gobierno en el futuro que imaginas? ¿Cómo puede un proyecto como el xenofeminismo lidiar con un probable proceso de institucionalización? ¿Hay espacio en su teoría para la cuestión de las instituciones?
Sí, yo creo que el término “institución” es lo suficientemente amplio como para poder ser utilizado de formas diversas, no hay algo dentro de él que nos exija por adelantado un tipo de naturaleza institucional. Por otra parte, cincuenta años no es mucho tiempo, realmente. Hay ejercicios de especulación sobre el futuro, como la Casa del Futuro Monsanto, en Disney, desarrollada en los años cincuenta, que intentaba imaginar cómo sería la vida en la década de los ochenta, con estas visiones de la labor doméstica del futuro de la era espacial, con robots que harían todo el trabajo. La verdad es que no hubo cambios tan sustanciales en esos treinta años y, al mismo tiempo, todo cambió. Al hacer este tipo de ejercicios puedes irte muy lejos, o ser muy cuidadoso e imaginar muy poco y pensar que solo habrá pequeños ajustes a los márgenes de lo ya existente.
Es difícil ser precisos, pero creo que en cincuenta años el escenario más probable es que sigan existiendo los gobiernos de formas aún reconocibles para la actualidad; creo que aún existirá una especie de estado-nación, incluso cuando hoy existan esfuerzos para cambiar su dinámica por completo. De alguna manera, en estos tiempos hemos visto un regreso a las trincheras para defender la idea de lo “nacional”, sobre todo dentro del marco de la pandemia. Parece haber una movilización hacia la reafirmación de las fronteras. Creo que si vemos un poco más hacia el futuro, habrá una especie de ecología de escalas para la administración de los recursos. Quizá no se vea como un estado tal como lo entendemos hoy en día, pero imagino una administración de recursos donde la coordinación de la escala de estado-nación aún tendrá un rol por cumplir.
Me gustaría pensar que para entonces habremos de empezar a alejarnos de nuestra ética del trabajo. Puedo ver que, en particular en el Reino Unido, es posible que esta ideología se erosione: dejar de pensar que el trabajo define tu comprensión de qué es un ser humano. Actualmente, hay una visión muy instrumental donde las personas se ven al servicio del sistema capitalista; creo que hay aquí una dislocación fundamental, en el que las personas están puestas a trabajar en beneficio de un sistema abstracto y extra-humano, que de alguna manera existe más allá de nosotros, de tal forma que parece que no lo podemos controlar, aunque nosotros lo hayamos creado. Me gustaría imaginar que en cincuenta años habremos de hacer el ajuste para que el sistema opere en servicio de la gente y no al revés. Esta es mi visión más general y optimista. Ojalá que así sea. También podría ocurrir justo en la dirección contraria, como lo piensa McKenzie Wark, quien dice que el capitalismo ya terminó y estamos viviendo algo aún peor.
En Xenofeminismo dices: “Si la naturaleza es injusta, cambia la naturaleza”. Ya que propones entender “la naturaleza no como un esencialismo que apuntala la ecología, sino como un espacio de conflicto tecnologizado que forma nuestras experiencias.” ¿Podrías expandir un poco sobre esta idea? Creo que esta es la parte más desafiante de tu proyecto, siendo que esa idea de lo natural está tan enraizada en nuestra forma de ver el mundo y a nosotros dentro de él. ¿Cómo empezar a construir un mundo de justicia interespecie?
Hay una tendencia a pensar en la Naturaleza, con N mayúscula, como el lugar en el que termina la esfera de la intervención humana. Esta idea de que debe haber algo tan obstinado en lo natural que se vuelve indeleble e imposible de cambiar. Todo el libro gira en torno a este cuestionamiento en varios niveles.
Creo que lo primero que debemos hacer es entender que mucho de aquello que se piensa como natural es ideológico y está cargado políticamente, de manera que no existe una distinción real entre Naturaleza, Política, Ciencia y/o Cultura, o cualquier otro término binario al que se contraponga. Siempre habrá un área gris con la que estaremos lidiando.
Si partimos de esta premisa, entendemos que la naturaleza no está simplemente ahí, no es absoluta, está siendo impugnada a nivel del discurso, justo lo opuesto de lo que pasa cuando pensamos la naturaleza como hecho ontológico. Aun cuando pensamos en ciertos fenómenos que ocurren de forma espontánea, que posibilitan el espacio de lo real donde los cuerpos trabajan, donde la física trabaja, donde todos los hechos fundamentales suceden, incluso entonces no creo que estemos hablando de límites duros ni de fronteras infranqueables para un proyecto político. Un ejemplo de esto se puede encontrar en cómo funciona la biología: podemos usar nuestro conocimiento del funcionamiento de la biología para impulsar cambios emancipatorios, como con las vacunas. Es perfectamente natural que la polio cause estragos en las sociedades, pero hemos tomado una decisión colectiva al preferir que esto no ocurra. Usamos nuestra capacidad de comprensión de lo biológico para intervenir políticamente en ese espacio. Lo mismo pasa con los anticonceptivos y los abortos. Hay ciertos tipos de cuerpos con posibilidades de preñarse, gestar, parir o lactar, pero no porque sean capaces de esas labores deben ser obligados a realizarlas. Podemos maximizar la autonomía de las personas en relación con su propia biología. Podemos prevenir embarazos y desarrollar maneras para terminarlos. Esto es fundamentalmente para el bien común. Estamos usando nuestro poder colectivo, nuestro general intellect para expandir la autonomía de los individuos y de las obreras gestacionales en particular. Sólo porque algo es natural no significa que está excluido de los proyectos políticos. Trato de defender esta idea en particular en relación a la experiencia situada del humano generizado y sexuado.
Porque si abolir el género ya es de por sí una tarea tan desafiante, abolir la Naturaleza lo lleva tanto más lejos.
Supongo que la idea de abolir la Naturaleza realmente depende de lo cuidadosos que seamos para definir los términos que usamos. Porque la Naturaleza como ese espacio totalmente ajeno a la intervención humana no requiere ser abolido, porque no existe. El riesgo cuando hablas de algo como “abolir la Naturaleza”, que es un lema tan llamativo, es que puede parecer que va en contra de mucho del activismo ecológico del presente. Creo que el reto es desarrollar una política emancipatoria, de izquierdas, feminista y tecnológica que incorpore el pensamiento ecológico pero no de forma que termine consagrando una idea de una naturaleza feminizada, que me parece poco útil en el sentido de que puede hacer más rígidas las definiciones de género.
Hay mucho trabajo ecofeminista que está pensando en esta dirección y del cual podemos partir y elaborar ideas. Pero también hay una tendencia a fetichizar a la Madre Tierra y creo que esto es algo que debemos resistir. Todavía hay trabajo por hacer para desarrollar un ecofeminismo que conviva armoniosamente con la perspectiva xenofeminista.
¿Requiere el xenofeminismo de un mundo post-capitalista para existir? Has mencionado que el proyecto xenofeminista toma el aceleracionismo como punto de partida. ¿Cómo influye una corriente de pensamiento en la otra? ¿En qué difieren?
El xenofeminismo no tiene un origen limpio, digamos, sino que parte del desarrollo de otras tendencias de pensamiento que ya existían y a las cuales quisimos aportar desde nuestras perspectivas. Es una contribución a una serie de debates que ya existen actualmente. Si hay una propuesta con una visión interesante, siempre estoy dispuesta a usar esa visión, aun cuando pueda haber partes de una perspectiva o una ideología con las que no me sienta cómoda. Siempre estoy pensado qué se puede extraer, cómo me lo puedo apropiar, cómo se puede reutilizar. Esta idea de reutilizar conceptos o ideas es fundamental para mi idea del xenofeminismo. Tiendo a alejarme de desechar ideas sólo porque no funcionan totalmente o porque hay elementos con los que me siento incómoda o con los que estoy en desacuerdo. Trato de pensar desde una perspectiva reparativa. Me gusta más acercarme a una idea pensando de qué forma es útil, cómo puedo usarla, o qué puedo construir a partir de algo que ya está planteado, y no tratar de descartar una propuesta porque no es perfecta. Desde esta perspectiva, en el libro también hablo, por ejemplo, del Del-Em. Me gusta cómo este dispositivo se construye a partir de tecnologías menos emancipatorias para el aborto casero. De hecho, el ejemplo más prominente de la “reutilización” en el libro es el feminismo de la segunda ola como tal. Mi perspectiva es que sí, que hay una larga historia de críticas muy válidas al feminismo de la segunda ola en relación con las exclusiones que lo atraviesan. Cómo no hacen lo suficiente para hablar de temas de raza, ni incorporan la perspectiva trans, y cómo esto podría ser leído desde el momento político actual como inadvertida o explícitamente trans-excluyente. Pero creo que parte del proyecto xenofeminista era que, incluso cuando podamos criticar válidamente muchas de sus fallas o carencias, no podemos permitirnos perder los recursos que pueden ser de utilidad. Así que buscamos qué ideas podríamos rescatar, entendiendo por supuesto que lo mismo pasará con los recursos que estamos generando hoy en día. Nunca llegaremos a la utopía del discurso crítico feminista, siempre será necesario replantearnos hacía dónde seguir empujando.
Lo mismo con el aceleracionismo. Hay elementos de este discurso, desde nuestra perspectiva, que son útiles y cruciales, pero también tiene muchos huecos, ausencias y problemas. En lo personal, no me gusta lo que pasó con la discusión acerca de las políticas folk, ya que siento que parecía descalificar algunos movimientos sociales. No creo que esa era la intención, realmente. No se trataba de descalificar los esfuerzos de diversos movimientos, sino de pensar que cualquier movimiento u organización que se centra únicamente en sí mismo, puede limitar su utilidad en la construcción de una agenda anticapitalista. Creo que también fue desafortunado no entrelazar el proyecto aceleracionista con el pensamiento feminista desde su concepción. Pero definitivamente, una de las cosas que hacen que valga la pena reutlizar el aceleracionismo es su énfasis en el post-capitalismo y su movilización hacia un proyecto contrahegemónico con el potencial de escala para competir con las ideas de un sistema casi universal como el sistema capitalista.
Me gusta pensar que el xenofeminismo puede aportar algo antes de que termine el capitalismo; de hecho, me gusta pensar que ya lo está haciendo, que es un ideal que vale la pena perseguir en el aquí y en el ahora precisamente porque busca contribuir a las ideas que están siendo planteadas para movilizarnos hacia una perspectiva post-capitalista. Creo que debemos de trabajar en conjunto para construir lo que sigue. Algo que sea afirmativo, emancipatorio, positivo y no pensar que el siguiente sistema histórico va a ser aún peor, atroz, devastador a nivel ecológico y personal, y que terminará con las sociedades y con todo tipo de bienestar. El capitalismo terminará, la historia continuará, pero lo que venga después realmente depende del tipo de material y de las infraestructuras ideológicas que podamos empezar a construir hoy mismo. El xenofeminismo trata de contribuir a esta hazaña colectiva de construir perspectivas contrahegemónicas y emancipatorias.
Si el Manifiesto Xenofeminista tuviera un soundtrack, ¿cómo sonaría?
Sonaría como sonaba el módem cuando se conectaba a internet. Este hecho radical de estar lo suficientemente conectadas en la red, para haber logrado sacar adelante un proyecto desde locaciones geográficas tan distribuidas, dependía de la conexión. También sonaría como una videollamada cuando reverbera. Sería el sonido de la conexión a la red y de un glitch (el potencial feminista que Legacy Russell ya estaba explorando mucho antes de que Laboria Cuboniks exisitiera).
Entrevista por Nadia Baram.